Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados. (Mateo 5.6 RVR60)
Podríamos decir que el hambre y la sed de justicia acompañan a la humanidad desde sus inicios; desde sus primeros asentamientos hasta las modernas ciudades. El principio de depredación de los recursos ajenos en pro del enriquecimiento de unos pocos se cumple en el pecado social de la pobreza. Sobre esto, Jesús fue claro cuando dijo:
Porque a los pobres siempre los tendréis con vosotros, pero a mí no siempre me tendréis. (Mateo 26.11 RVR60)
Hambre y sed tenemos todos, continuamente y durante toda nuestras vidas, por lo cual, el foco de este pasaje no está en el qué, sino en el quién será el que sacie nuestra necesidad de justicia. Esta es la cuestión, pues las escrituras nos enseñan que Dios es quien provee para nuestras necesidades, ya que solo el Señor puede saciarnos; ninguno de los sustitutos satánicos del mundo pueden acallar nuestra necesidad de verdadera justicia, porque todo lo que Satanás nos ofrece es eso, un simple sucedáneo efímero de lo que Dios nos pueda dar, así lo dicen las escrituras:
Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre. (1 Jn 2.17 RVR60)
Mientras que lo que Dios nos ofrece es eterno:
De cierto, de cierto os digo: El que cree en mí, tiene vida eterna. (Juan 6.47 RVR60)
Quizás algún hermano que lee esto pensará “qué elemental y evidente lo que expone el hermano”, pero no es así; pues, actualmente en Latinoamérica y en específico el cono sur, estamos viviendo cambios importantes en los ámbitos políticos con movilizaciones de gentes, en cantidades no despreciables. Y en respuesta a estos procesos, desde muchos lugares, han aparecido los políticos “evangélicos” o iglesias evangélicas “políticas”, a quienes vemos involucrándose en los temas mundanos con la esperanza de ser una fuerza conservadora de la moral y las buenas costumbres. Con tanta pasión, con tantos recursos como sea posible y, sobre todo, generando alianzas con todos los sectores afines. Sin embargo, yo me pregunto ¿ y dónde ha quedado la confianza en Dios (Salmos 4.8)? ¿No nos dicen las escrituras que debemos echar nuestra ansiedad sobre Él (1 Pedro 5.7)? Es que ¿dónde ha quedado la confianza en la provisión divina? ¿Desde cuándo lo terrenal debe ser una prioridad para la vida espiritual de los creyentes? Y por último, ¿acaso Él no es poderoso para saciar nuestra hambre y sed de justicia?
Esta no es una apología a la indiferencia, tampoco un llamado a no participar en la sociedad, sino que es una llamada de atención a confiar únicamente en Dios, pues Él es por nosotros en Cristo Jesús; porque debemos recordar que aunque vivimos en este mundo, ya no formamos parte de Él:
No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal. No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. (Juan 17.15–16 RVR60)
Y creo que debemos aprender a conformarnos con lo que Dios nos entrega, de la misma manera que lo hizo el apóstol Pablo cuando pidiendo sanidad a Dios, este le dijo lo siguiente:
Y me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo. (2 Corintios 12.9–10 RVR60)
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