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Ladrones de gloria



Y todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él. (Colosenses 3:17)


Un amigo le preguntó a Judson: —¿Fue la fe o el amor lo que le hizo ir a Birmania? Judson contestó: —En aquella época tenía muy poco de lo uno y de lo otro. Me acuerdo de que estaba desalentado. Todo parecía oscuro. Nadie había salido de nuestro país como misionero. El camino no estaba claro y francamente no sabía qué hacer. De repente me pareció llegar directamente a mi corazón desde el cielo, como un relámpago, la orden de Cristo: «Salid por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura». En aquel momento decidí seguir a Jesús a toda costa.


Siempre es bueno examinar cuál o cuáles son los motivos por los cuales estamos haciendo las cosas que hacemos para Dios. Porque a veces, hacemos cosas para ser vistos de los que nos rodean, mientras que otras veces lo hacemos para dar una apariencia de santidad u obediencia, tal como hacían los fariseos en los días del Señor. Por eso el apóstol Pablo les decía a los corintios: «Examinaos a vosotros mismos si estáis en la fe; probaos a vosotros mismos» (2 Corintios 13:5).


Porque si lo que hacemos para Dios no lo hacemos para Él, entonces estamos siendo ladrones de gloria. No obstante, en el versículo del encabezado vemos lo que Dios nos manda: Todo, es decir, cada una de las cosas que hacemos (sea dentro o fuera de la iglesia) debe ser para su gloria, no para la nuestra. Y pregunto: ¿Es así como actuamos? ¿Es de esta forma cómo vivimos?


Mis amados hermanos, analicemos nuestros motivos, y pidámosle a Dios el Espíritu Santo que nos ayude en esto, para no seamos hallados siendo como el pueblo de Israel a quien el Señor le tuvo que decir: «¿Robará el hombre a Dios? Pues vosotros me habéis robado» (Malaquías 3:8).


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