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¿Ladrones de gloria?



Y todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él. (Colosenses 3:17)


Todos sabemos que un ladrón es aquella persona que le roba alguna cosa que le pertenece a otra. Cuando Adán y Eva tomaron del fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal, y lo comieron, no solo desobedecieron a Dios, sino que además tomaron la gloria que le pertenecía a Él para dejárselas para sí. Ellos tomaron lo que Dios les había dado, pero en vez de usarlo con el propósito que Él les dio, lo tomaron para sí mismos, robándole así la gloria a Dios.


El fariseo que decía: «Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano; ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que gano» (Lucas 18:11–12); ¿a quién le daba la gloria? ¿A Dios o a sí mismo? Es obvio que a sí mismo. Si bien «le daba gracias» a Dios, se estaba exaltando a sí mismo, él se veía grande y mejor que otros. Este hombre era claramente un ladrón de gloria. Pero y nosotros, ¿le robamos la gloria a Dios?


Los cristianos de la iglesia de Laodicea eran ladrones de gloria, bien dice en su Palabra: «Porque tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo» (Apocalipsis 3:17). Tengamos cuidado de caer en este pecado de robarle la gloria a Dios, que no se tenga que decir de nosotros:


Vuestras iniquidades han estorbado estas cosas, y vuestros pecados apartaron de vosotros el bien. (Jeremías 5:25)


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