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La verdadera paz



He aquí, amargura grande me sobrevino en la paz, mas a ti agradó librar mi vida del hoyo de corrupción; porque echaste tras tus espaldas todos mis pecados. (Isaías 38:17)


La cultura del desarrollo personal, así como la psicología del bienestar, están muy presentes en nuestra sociedad occidental. Se argumenta que sería necesario deshacerse de los sentimientos de vergüenza y culpabilidad que nos impiden estar bien nosotros mismos. Los psicólogos nos invitan a sacar todo a luz y a interpretar qué hay detrás de las manifestaciones de malestar que sentimos para que cesen esas guerras internas.


Aunque este tema de la paz con uno mismo es más profundo, ya que va más allá de la mente, pues incluye al alma. Por lo tanto, para poder hacer las paces con uno mismo, primeramente hay que hacer las paces con Dios, porque estamos enemistados con Él. Bien dicen las Escrituras:


Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida. (Romanos 5:10)


Es cierto que podemos tener sentimientos de culpabilidad que no están justificados del todo; pero con respecto a Dios, existe una culpabilidad real, una que permanece y que se llama pecado. Desde la entrada del pecado en el mundo, el hombre está en conflicto con el Dios santo, el cual es muy limpio de ojos para ver el mal (Habacuc 1:13).


Pero la buena noticia es que podemos dejar de ser enemigos de Dios, nuestra culpa puede ser quitada y podemos hacer las paces con Él. Esto es posible gracias al sacrificio del Señor Jesús:


Dios… nos reconcilió consigo mismo por Cristo… que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados. (2 Corintios 5:18b–19a)


La Biblia nos dice cómo acercarse a ese Dios Santo. Es necesario reconocerse pecador ante Él y creer en Jesucristo, su Hijo, como el único que nos puede reconciliar con Dios. Mediante su muerte en la cruz, Jesús restauró la relación entre Dios y los hombres. Pues es gracias a su sacrificio en la cruz que podemos tener «paz para con Dios» (Romanos 5:1).


Así que, no encontraremos la paz interior escarbando en nuestras mentes, inquiriendo en nosotros mismos a través de la meditación o creyendo en la sabiduría humana, sino yendo a Jesús Salvador, quien nos dará la verdadera paz, pues dijo: «La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da» (Juan 14:27).


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