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La verdad y la sinceridad




Y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres. (Juan 8:32 RVR60)


Al final de una conversación acerca de la fe y de las diferentes religiones, mi interlocutor concluyó: «¡Lo importante es ser sincero!». Esta afirmación, que parece sonar razonable y hasta generosa, en el fondo está errada y es peligrosa. Digo esto, porque uno puede equivocarse garrafalmente con la mayor sinceridad del mundo. Por ejemplo, si usted sube sobre una escalera estropeada, puede pensar sinceramente que ella soportará su peso, ¡pero esto no la hará más resistente! No porque haga algo con sinceridad significa que será lo correcto.


Nuestra sinceridad en defender ideas de las estamos persuadidos ¿hace que sean verdaderas? No, porque de ser así estaríamos llenos de verdades relativas que cada uno arreglaría a su gusto, para luego creer sinceramente en ellas. Las ciencias exactas o las investigaciones serias nos han brindado datos fidedignos que podemos considerar como verdaderos. Pero ¿existe la verdad absoluta?


Cuando el Señor Jesús estaba siendo juzgado por Pilato, le dijo que Él había venido «para dar testimonio de la verdad». La respuesta del gobernador romano fue: «¿Qué es la verdad? Y cuando hubo dicho esto, salió otra vez a los judíos» (Juan 18:37–38). Lamentablemente este hombre no quiso oír la respuesta de Jesús. La Palabra de Dios nos dice:


Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí. (Juan 14:6 RVR60)


Aún hoy Jesús se presenta como la verdad, la única verdad para llegar a Dios. Lo que él dice no está relacionado con una religión, una época o una civilización en particular. Es la verdad absoluta.


Quizás usted que lee estas palabras sea escéptico porque ninguna religión ha conseguido convencerlo. Pero Jesucristo no nos propone una religión, sino que quiere revelarnos la verdad sobre lo que somos, sobre lo que Él mismo es y sobre lo que Dios su Padre es: Amor y luz.


Su amor le hizo venir a este mundo y dar su vida en la cruz para salvarnos. Y nos atrae hacia Él, pues quiere darse a conocer a cada uno de nosotros como el Salvador personal que es. Es luz porque ilumina nuestras vidas con la verdad y esta verdad nos libra del pecado. ¡Búsquelo! No se arrepentirá.


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