La soberbia, el principio de todos los pecados
- 15 abr
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Versión en video: https://youtu.be/WJZ2b2Ql7tw
Antes del quebrantamiento es la soberbia, y antes de la caída la altivez de espíritu. (Proverbios 16:18)
La soberbia no es solo un pecado entre muchos, es la raíz de donde brotan los demás, pues es el pecado original. Detrás de cada acto de rebelión contra Dios, hay un corazón que quiso ponerse en su lugar.
Antes de que el pecado entrara al mundo, ya había nacido en el corazón del diablo. En Isaías 14, se describe cómo este ser creado quiso ocupar el trono de Dios. Nos dice su Palabra que dijo: “Subiré al cielo; en lo alto, junto a las estrellas de Dios, levantaré mi trono, y en el monte del testimonio me sentaré, a los lados del norte; sobre las alturas de las nubes subiré, y seré semejante al Altísimo” (Isaías 14:13–14). La caída de Satanás comenzó con una idea altiva: ser igual a Dios. Fue la soberbia lo que lo hizo transformar su adoración en ambición. No quiso servir, quiso reinar.
Y es el mismo veneno fue inyectado en el corazón de Eva, pues el diablo le dijo: “Seréis como Dios, conociendo el bien y el mal” (Génesis 3:5). Este acto tampoco fue solo un deseo de conocimiento, sino un anhelo de independencia, de autonomía moral, de ponerse al mismo nivel que Dios. En el corazón de Eva ya no necesitaba a Dios como guía, ya que si comía del fruto, podía ser como Él. Esa fue la mentira: creer que podían vivir sin someterse a su autoridad.
Desde entonces, la historia del hombre ha sido una repetición de ese mismo patrón. Romanos 1:21–23 lo describe claramente: aunque conocían a Dios, no le glorificaron como a Dios. Se hicieron sabios en su propia opinión, cambiando la gloria de Dios por imágenes creadas por ellos mismos.
Cabe destacar que la soberbia no siempre se manifiesta con gritos o grandeza; muchas veces se esconde en decisiones pequeñas donde decimos con nuestros actos: “Yo soy mejor que Dios.” Es esa voz sutil que nos lleva a pensar que podemos manejar nuestras vidas sin su guía, que no necesitamos su consejo, que tenemos derecho a lo que deseamos, aunque eso nos aleje de Él.
Solo cuando rendimos nuestra voluntad, cuando dejamos el trono y reconocemos que solo Dios merece estar allí, comienza la verdadera restauración de nuestras vidas.
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