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La santificación progresiva del creyente



Como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir (1 Pedro 1:15)


Uno de los aspectos centrales de la vida cristiana es el proceso de santificación, una obra continua de Dios en nuestras vidas por medio del Espíritu Santo. Y en su Palabra se nos recuerda que hemos sido llamados a la santidad, por tanto, no opcional o algo que podamos elegir ignorar. Nos dice su Palabra: «Porque esta es la voluntad de Dios: vuestra santificación; que os apartéis de fornicación» (1 Tesalonicenses 4:3). Dios nos llama a apartarnos del pecado y vivir vidas que reflejen Su carácter santo. La santificación no se trata solo de evitar el pecado, sino de ser transformados en la nueva naturaleza para ser más como Cristo.


El apóstol Pablo nos anima a comprender que este proceso de santificación no ocurre de la noche a la mañana. En la medida que caminamos con Cristo, somos cambiados poco a poco, ya que así lo manifiesta Dios en su Palabra: «Pero nosotros todos, con el rostro descubierto, contemplando como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor» (2 Corintios 3:18). Este versículo nos muestra que la transformación ocurre «de gloria en gloria», esto es, paso a paso, es decir, gradualmente. 


Aunque la santificación es una obra de Dios, también implica nuestra cooperación. Porque Dios nos da los medios y las herramientas a través de su Santo Espíritu, su Palabra, la oración y la iglesia local. Sin embargo, somos nosotros los que debemos esforzarnos y buscar activamente crecer en santidad, ya que dice: «Así que, amados, puesto que tenemos tales promesas, limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios» (2 Corintios 7:1).


Si bien, el proceso de santificación es continuo durante nuestra vida en la tierra, llegará un día en que seremos perfectamente santificados en la presencia de Cristo. Este es nuestro destino glorioso como creyentes, puesto que la promesa final de la santificación es que seremos semejantes a Cristo (1 Juan 3:2), libres del pecado y de toda imperfección cuando estemos en su presencia. ¿Es así como estamos viviendo cada día?

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