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La resurrección es una victoria sin igual



(Jesús dijo) No temas; yo soy el primero y el último; y el que vivo, y estuve muerto; mas he aquí que vivo por los siglos de los siglos, amén. Y tengo las llaves de la muerte y del Hades. (Apocalipsis 1:17–18)


En la historia de la humanidad, ¿ha habido una noticia más extraordinaria que la resurrección de Cristo? La verdad es que no. No obstante, alguien puede decir que el Señor no es el único resucitado. Por ejemplo, en el Antiguo Testamento tenemos al hijo de la sunamita (2º Reyes 4:35), así como aquel hombre que fue echado en el sepulcro de Eliseo y resucitó tras tocar los huesos del profeta (2º Reyes 13:21). Mientras que en el Nuevo Testamento encontramos al hijo de la viuda de Naín (Lucas 7:14–15), a la hija de Jairo (Marcos 5:41–42) o a Lázaro (Juan 11:43–44).


Es cierto que todas aquellas personas volvieron a la vida, pero la diferencia con el Señor Jesús es que si bien todos ellos fueron resucitados, volvieron a morir, no así el Señor. Como bien dice su Palabra: «sabiendo que Cristo, habiendo resucitado de los muertos, ya no muere; la muerte no se enseñorea más de él» (Romanos 6:9). Este hecho era tan importante en la vida de los primeros creyentes que lo usaban para saludar sus hermanos en la fe, pues decían: —El Señor ha resucitado. A lo que los otros respondían: —Ha resucitado verdaderamente.


Mis hermanos, aunque haya días sombríos en nuestras vidas, períodos «de espinas», de todas formas podemos gozarnos en la resurrección de Cristo. Porque a pesar de todo lo que nos acontezca, la victoria está asegurada: «¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria? ya que el aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del pecado, la ley. Mas gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo» (1 Corintios 15:55–57).


El asombroso mensaje del evangelio fue (y aún es) «una brecha abierta» en la fortaleza de la muerte. Ya que Cristo destruyó «por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo» (Hebreos 2:14). Y su victoria nos la ha transferido a nosotros, sus redimidos, es decir, a todos los que creemos en Él como el Salvador de nuestras vidas. Por eso es que podemos decir: ¡La resurrección es una victoria sin igual!


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