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La reconciliación



Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación; que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación. (2 Corintios 5.18–19 RVR60)


Cuando se conocieron, Edwin Stanton desdeñó personal y profesionalmente a Abraham Lincoln, en ese entonces, presidente de Estados Unidos. Sin embargo, Lincoln prefirió perdonarlo y, tiempo después, lo asignó a una posición vital en su gabinete durante la Guerra Civil. Finalmente, se hicieron amigos. Y cuando Stanton estaba junto al lecho de muerte de Lincoln –después de que lo balearan en el Teatro Ford–, entre lágrimas, susurró: «Ahora pertenece a las edades».


La reconciliación es hermosa. Tal como leemos en los versículos del encabezado, Dios nos reconcilió consigo mismo a través del Señor Jesús, y tal como dice el apóstol Pablo, se nos encomendó aquel ministerio. Asimismo, el apóstol Pedro, se lo señaló a los seguidores de Cristo cuando escribió: «Y ante todo, tened entre vosotros ferviente amor; porque el amor cubrirá multitud de pecados» (1 Pedro 4.8 RVR60). Lo cierto es que a muchos, estas palabras de Pedro, evocan aquel momento en que negó al Señor, y muchos se preguntan si es que al escribirlas, Pedro recordaba aquel momento, y el posterior en el perdón que el Señor le había ofreció a él —y a nosotros también— mediante la cruz.


El amor de Jesús demostrado mediante su muerte en la cruz nos libra de la deuda por nuestros pecados y permite que nos reconciliemos con Dios (Colosenses 1.19-20). Por lo tanto, al haber experimentado su perdón, este nos capacita para poder perdonar a los demás y nos da la fuerza para dejar atrás el pasado y avanzar con Él a nuevos y hermosos lugares de gracia en comunión con nuestros hermanos. Somos llamados a pregonar, primeramente, el mensaje de la reconciliación entre el hombre con Dios:


​​Así que, somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios. (2 Corintios 5.20 RVR60)


Y del mismo modo con nuestros hermanos en la fe cuando estos nos han ofendido o cuando nosotros hemos ofendido a un hermano.


Por tanto, si traes tu ofrenda al altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, y anda, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda. (Mateo 5.23–24 RVR60)


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