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La pureza necesaria



Limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios. (2 Corintios 7:1)

La falta de higiene a menudo contribuye al desarrollo de enfermedades. Del mismo modo, una buena salud espiritual necesita una «higiene» regular. El Señor Jesús explicó a Pedro que si no le lavaba los pies no podía tener comunión con él (Juan 13:8). Los pies limpios nos hablan de la pureza moral de nuestra conducta, dondequiera que vayamos. Las «impurezas» estropean nuestra comunión con el Señor y nos impiden servirle de forma útil.

Insistimos para que nuestros hijos se laven las manos antes de comer. Del mismo modo, como creyentes, no soportemos tener el corazón o la conciencia sucios; así mantendremos una buena relación con el Señor, sobre todo cuando nos reunimos en torno a Él para recordar su vida, pasión, muerte y resurrección. ¿Pasaremos más tiempo cuidando nuestra apariencia física que preparándonos espiritualmente? ¿Para quién estamos allí reunidos? Bien dice su Palabra: «El hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón» (1 Samuel 16:7).

Algo que tenemos que tener en consideración, es que cuanto más tiempo el mal esté en nosotros, tanto más difícil será deshacernos de él, ya que irá formando parte de nuestro ser, en vez de ser extirpado de nuestras vidas. En el aspecto físico empleamos el agua para lavarnos. Mientras que en el espiritual, la Palabra de Dios nos purifica. Jesucristo ama a su Iglesia y la purifica «en el lavamiento del agua por la palabra» (Efesios 5:26).

Por ejemplo, leyendo la Biblia cada día podremos ser purificados de «toda contaminación de carne y de espíritu», visible o invisible, presente en nuestros pensamientos o acciones, tal como dice su Palabra:

Desechando toda inmundicia y abundancia de malicia, recibid con mansedumbre la palabra implantada, la cual puede salvar vuestras almas. (Santiago 1:21)


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