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La paz de Dios



Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestras mentes en Cristo Jesús. (Filipenses 4.7 LBLA)


El 24 de diciembre de 1914, durante la Primera Guerra Mundial, las armas se silenciaron a lo largo de unos 45 kilómetros en el Frente Occidental. Los soldados espiaban cuidadosamente desde la parte más alta de sus trincheras, mientras algunos salían para reparar sus posiciones y enterrar a los muertos. Cuando llegó la noche, algunas tropas alemanas encendieron linternas y cantaron villancicos navideños. Desde el frente británico, los hombres aplaudían y saludaban.


Al día siguiente, las tropas alemanas, francesas y británicas se reunieron en la «tierra de nadie», para saludarse, comer juntos e intercambiar regalos. Fue un breve respiro, aunque terminó poco después cuando la artillería y las ametralladoras comenzaron a rugir nuevamente. Todos los que experimentaron aquella «tregua de Navidad», como llegó a conocerse, recordaron siempre lo que sintieron, y cómo alimentó su anhelo de una paz duradera.


La paz que el mundo anhela es una en la que no haya conflictos, pero a diferencia del mundo, la paz de Dios sobrepasa nuestro entendimiento, tal como dice el versículo del encabezado, porque su Paz es diferente del mundo. La gran mayoría de nosotros conoce lo que dice en Juan 14.27 en la versión Reina Valera: «La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da». Pero, me gusta la versión de la NTV: «Les dejo un regalo: paz en la mente y en el corazón. Y la paz que yo doy es un regalo que el mundo no puede dar». Solo el Señor nos podía ofrecer tal regalo, porque tal como leemos en Isaías 9.6, Él es «el Príncipe de paz»; quien además hizo la paz entre nosotros y Dios:


Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación; que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación. (2 Corintios 5.18–19 RVR60)


Y tal como en el relato histórico del principio, la paz de nuestras vidas se puede ver alterada, no obstante, siempre debemos recordar que ya poseemos una paz que proviene de lo alto y que sobrepasa todo entendimiento, y tan solo basta con que oremos a Dios para que Él nos las restaure y podamos gozar de ella, de aquella paz de que durará por toda la eternidad.



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