¿Y por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo? ¿O cómo dirás a tu hermano: Déjame sacar la paja de tu ojo, y he aquí la viga en el ojo tuyo? ¡Hipócrita! saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás bien para sacar la paja del ojo de tu hermano. (Mateo 7:3–5 RVR60)
«¡Hipócritas!» —dijo el Señor Jesús a quienes le oían. Aunque el Señor se mostró compasivo, bondadoso y siempre dispuesto a socorrer a sus criaturas, varias veces pronunció esta palabra a quienes se lo merecían. Porque a diferencia nuestra, Él sí conocía las intenciones de las personas a quienes llamó hipócritas, pues su Palabra nos dice: «y no tenía necesidad de que nadie le diese testimonio del hombre, pues él sabía lo que había en el hombre» (Juan 2:25 RVR60).
Esto debe llamar nuestra atención, porque todos estamos inclinados a la hipocresía, pero Jesús quiere liberarnos de ella. Mediante la conocida imagen de la paga y la viga, el Señor muestra la falsedad con que tan fácilmente nos comportamos unos con otros. Esta hipocresía no es propia de cierta clase social o cultura, sino que se encuentra en el corazón de todas las personas. Hay un proverbio africano que podemos aplicar a este tema y dice así: «El mal es como una colina. Cada uno se mantiene sobre la suya y apunta a las demás con el dedo».
La imagen de alguien que quiere quitar la paja del ojo de su hermano, mientras una viga le estorba y oscurece su propia visión, es de las más elocuentes. Por otra parte, a menudo lo que señalamos en los demás son nuestras propias faltas, y juzgarlas en el prójimo no arregla nada. Además, esto nos priva del arrepentimiento y, en consecuencia, de la liberación.
Si el Señor Jesús denuncia nuestra disposición a criticar y a ser hipócritas, no por eso nos recomienda ser indiferentes. Un cuerpo extraño en el ojo es una causa de sufrimiento y peligro. Pero cuando he sacado la viga de mi ojo, es decir, que cuando he reconocido ante Dios mis faltas y con su fuerza las he abandonado, puedo ayudar a mi hermano, quitándole la paja. Entonces lo haré no para justificarme, sino por amor, ese amor que Dios derramó sobre nuestros corazones por el Espíritu Santo (Romanos 5:5).
Así que, hermanos, abandonemos la hipocresía, confesemos delante del Señor que no somos mejores que otros, pidiéndole como decía David:
Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos; y ve si hay en mí camino de perversidad, y guíame en el camino eterno. (Salmos 139:23–24 RVR60)
Comments