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La muerte de la muerte



Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo, y librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre. (Hebreos 2.14–15 RVR60)


El editor de Nuestro Pan Diario hasta el año 1995, Dennis J. De Haan, escribió una vez lo siguiente: «Cuando yo tenía unos ocho años de edad traté de negar la realidad de la muerte. Sucedió en el funeral de mi abuela. Al ver su cuerpo sin vida en el ataúd recuerdo haber pensado: Si alguna vez me sucediera eso a mí, me levantaría y me iría caminando. Ahora tengo casi 70 años y veo la muerte de otra manera. He predicado en muchos funerales. he dicho adiós a mis padres, a todos mis tíos y a muchos amigos. Ya no puedo negar la dura realidad de la muerte».


Es cierto que la muerte destruye incluso los vínculos más estrechos, rompe los corazones de los deudos, nos produce soledad y, por decirlo de una forma gráfica, abre las compuertas de las lágrimas. Todo aquel que haya perdido a un ser amado durante su vida entiende lo que estoy diciendo. La muerte muchas veces nos descorazona y nos deja sin aliento, sumidos en un oscuro mundo de tristeza difícil de sobrellevar.


Sin embargo, en su Palabra encontramos algo maravilloso:


Porque preciso es que él reine hasta que haya puesto a todos sus enemigos debajo de sus pies. Y el postrer enemigo que será destruido es la muerte. (1 Corintios 15.25–26 RVR60)


El Señor Jesús ya la venció, pues quebrantó el poder de la muerte al levantarse al tercer día de la tumba. A diferencia de Dennis J. De Haan, Él sí se levantó de la tumba y se fue caminando. Esta hermosa esperanza es la que alberga cada uno de los que hemos creído en el Señor Jesús, que un día nos levantaremos de la tumba, ya que dice:


Por lo cual os decimos esto en palabra del Señor: que nosotros que vivimos, que habremos quedado hasta la venida del Señor, no precederemos a los que durmieron. Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor. (1 Tesalonicenses 4.15–17 RVR60)


En aquel día, el postrer enemigo, esto es, la muerte, será vencida de manera definitiva. Y podremos decir con toda propiedad: «¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?» (1 Corintios 15.55 RVR60). ¡Alabado sea Dios que tenemos esta maravillosa esperanza cierta! Porque un día podremos ver la muerte de la muerte con nuestros propios ojos. ¡Bendito sea Dios para siempre!


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