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La mirada de Dios



 

¿A dónde me iré de tu Espíritu? ¿Y a dónde huiré de tu presencia? (Salmos 139:7)

 

¿No es la soledad el sentimiento más difícil de entender y soportar en un mundo superpoblado? Quienes comprueban que no le interesan a nadie, se sienten tristes y solitarios. ¡Cuántas personas han tomado las decisiones más extremas, sencillamente para tratar de llamar la atención de quienes les rodean o de sus seres queridos! Frente a una tentativa de suicidio, los médicos declaran que se trata del «llamado» desesperado de un alma en bancarrota que ya no sabe a qué aferrarse.


Debemos saber que ni la noche ni la sombra pueden ocultarnos de la mirada de Dios, quien vela tiernamente sobre cada uno de nosotros. Así lo dice su Palabra: «¿Se ocultará alguno, dice Jehová, en escondrijos que yo no lo vea? ¿No lleno yo, dice Jehová, el cielo y la tierra?» (Jeremías 23:24). Por ejemplo, cuando el Señor estuvo en la tierra, se nos relata en el evangelio de Juan acerca de un hombre que encontró a Jesús por primera vez; el cual fue sorprendido porque el Señor lo conocía, pues le preguntó: «¿De dónde me conoces? Jesús respondió: Cuando estabas debajo de la higuera, te vi» (Juan 1:48).


Aun hoy, una intensa mirada se posa sobre nosotros, la cual brilla a través del Señor Jesús, quien cargó con nuestros pecados en la cruz. Y aunque jamás se equivoca en cuanto a los que somos, siempre está lleno de compasión por nosotros. ¡Cuán amados podemos sentirnos al saber que Dios tiene tal cuidado de nosotros!


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