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La mano paralizada



He aquí había allí uno que tenía seca una mano… (Jesús) dijo a aquel hombre: Extiende tu mano. Y él la extendió, y le fue restaurada sana como la otra. (Mateo 12:10, 13)


¡Es grave tener una mano paralizada! La autonomía se reduce, y la acción más sencilla se vuelve complicada. Tal vez algunos de nuestros lectores lo experimenten a diario. En el evangelio según Mateo hallamos la historia de un hombre que tenía esta discapacidad. Pero el Señor Jesús le pidió que hiciese una cosa imposible para él: «Extiende tu mano», le dijo. Al obedecer, el inválido dio prueba de su fe. Su mano fue restaurada; la sanación milagrosa fue evidente para todos.


Por naturaleza, cada uno de nosotros es incapaz de hacer algo bueno para Dios. Este es el sentido simbólico de la mano paralizada. La curación que este hombre experimentó en su cuerpo, nosotros podemos experimentarla en nuestra alma. Para ello tenemos que confiar plenamente en el Señor Jesús. Todo el que va al Señor Jesús con fe, reconociendo su incapacidad, y lo acepta como su Salvador, pasa a ser una «nueva criatura» (2 Corintios 5:17). No podía hacer nada para ser liberado, pero ahora puede ser salvo por gracia, por medio de la fe. Pasa a ser un nuevo hombre, creado en «Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano» (Efesios 2:8-10).


El Señor Jesús puede transformar nuestras manos, inútiles en otro tiempo, en manos activas, diligentes y hacedoras de buenas obras. Y ahora la Palabra de Dios nos anima a hacer el bien, tal como le decía el apóstol Pablo a los gálatas: «Así que, según tengamos oportunidad, hagamos bien a todos, y mayormente a los de la familia de la fe» (Gálatas 6:10).


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