De su resplandor sale grandeza; Dios es terrible en su majestad. (Job 37:22)
En el libro de Job, nos encontramos con una descripción impresionante de la majestad de Dios. En el versículo del encabezado se nos dice que Dios es terrible en su majestad. Esta afirmación puede parecer desconcertante, pero tiene un profundo significado para nuestra fe y comprensión de quién es Dios.
La palabra «terrible» en hebreo, si bien significa: temer, respetar, reverenciar, tener miedo, ser impresionante, ser temido, asustar; en este contexto, no debe ser entendida como algo malo o negativo, sino como algo que infunde un gran respeto y temor reverente. La majestad de Dios es tan grande y poderosa que no podemos contemplarla sin sentirnos abrumados por su inmensidad y santidad.
Dios es el Creador del universo. Todo lo que vemos y aun lo que no vemos ha sido creado por Él. La magnificencia de los cielos, la vastedad de los océanos, y la complejidad de la vida en la tierra, todo refleja su grandeza. Este poder y creatividad nos recuerdan que estamos ante aquel que está muy por encima de nuestra comprensión humana.
En la santidad de Dios también vemos su majestad. Él es completamente Santo, esto es, que no hay mancha de pecado en Él. Su santidad es tan absoluta que no puede tolerar el mal (Habacuc 1:13). Para nosotros, seres humanos pecadores, la santidad de Dios es intimidante porque pone de relieve nuestra propia pecaminosidad y nuestra necesidad desesperada de su gracia y perdón.
Reconocer la majestad terrible de Dios nos ha de llevar a una postura de humildad y reverencia, pues nos recuerda nuestra pequeñez y dependencia total de su gracia. Ella nos ha de mover a vivir en obediencia y a buscar su rostro en oración y adoración. Cuando contemplamos la majestad de Dios, hemos de ser llevados a la gratitud por el sacrificio de Jesucristo, quien nos permite acercarnos a este Dios santo y majestuoso sin temor, sabiendo que hemos sido reconciliados con Él (Hebreos 4:16).
Hermanos, pidámosle a nuestro Dios que nos deje ver su majestad, para que podamos contemplarle en todo su esplendor y seamos movidos a la humillación delante de un Dios tan grande como lo es Él.
Al único y sabio Dios, nuestro Salvador, sea gloria y majestad, imperio y potencia, ahora y por todos los siglos. Amén. (Jud 1:25)
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