Alexis Sazo
La inocencia del Señor

Mis amados hermanos. Todos los que hemos creído en nuestro Señor Jesús como el salvador de nuestras vidas creemos en su total inocencia. Pero en esta mañana quiero demostrar como aquellos que fueron testigos de su crucifixión y muerte también reconocieron su inocencia.
Judas dijo: «Yo he pecado entregando sangre inocente» (Mateo 27.4).
La mujer de Pilato dijo: «No tengas nada que ver con ese justo» (Mateo 27.19).
El mismo Pilato, dijo: «Yo no hallo ningún delito en él» (Juan 18.38).
También Herodes dijo: «Nada digno de muerte ha hecho este hombre» (Lucas 23.15).
Uno de los malhechores que estaba junto a él dijo: «mas éste ningún mal hizo» (Lucas 23.41).
Y por último el centurión romano a los pies de la cruz dijo: «Verdaderamente este hombre era justo» (Lucas 23.47).
Ninguno de ellos creía o creyó en el Señor como el Hijo de Dios, porque ninguno de ellos era creyente; sin embargo, cada uno de ellos pudo ver que en nuestro Salvador no había nada que imputar, porque era completamente inocente. Por esta razón Juan, Pablo y Pedro escribieron de Él:
No hay pecado en Él (1 Juan 3.5).
Al que no conoció pecado (2 Corintios 5.21).
No hizo pecado (1 Pedro 2.22).
Pero la pregunta más importante es, ¿entonces, por qué, aun así, tuvo que morir el Señor, aquel que fue sin pecado (Hebreos 4.15)? El mismo Señor Jesús nos dio dos razones. Dice su Palabra:
Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él. El que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios. (Juan 3.16–19)
Entonces, lo que el Señor nos da como razones para poner su vida por nosotros son su amor y para salvarnos de la condenación eterna. Así que, hermanos, elevemos nuestros corazones y voces para alabar a aquel que se merece toda nuestra adoración. Al inocente Cordero de Dios que tomó nuestro lugar en la cruz del Calvario; quien es bendito por los siglos de los siglos. Amén.