Bendeciré a Jehová que me aconseja; aun en las noches me enseña mi conciencia. (Salmos 16:7)
A menudo oímos decir: «Tengo la conciencia limpia» o «mi conciencia no me reprocha de nada». Esto es suficiente para los hombres, pero ¿es suficiente para Dios? Alguna vez se ha planteado la pregunta de ¿qué es la conciencia? Un diccionario bíblico lo define como: «una facultad que permite al ser humano tener cierto discernimiento entre lo bueno y lo malo». Esta es una facultad que nos ha sido dada por Dios, así como la inteligencia, la memoria o la reflexión. El problema es que vivimos en una sociedad cambiante, en la que lo que hace unos años era considerado como malo, ahora se acepta como bueno; como por ejemplo, el aborto, los matrimonios del mismo sexo, las parejas heterosexuales que conviven sin casarse, etc. Y la conciencia de las personas ya no les acusa si están haciendo algo malo, ya que se han acostumbrado a la maldad. Sin embargo, Dios nos hace una advertencia:
¡Ay de los que a lo malo dicen bueno, y a lo bueno malo; que hacen de la luz tinieblas, y de las tinieblas luz; que ponen lo amargo por dulce, y lo dulce por amargo! ¡Ay de los sabios en sus propios ojos, y de los que son prudentes delante de sí mismos! (Isaías 5:20–21)
¡No nos dejemos engañar! La sociedad puede cambiar, pero Dios no (Malaquías 3:6), y su apreciación del mal y la definición de lo que es pecado delante de sus ojos, tampoco lo ha hecho, porque Él es justo (Salmos 11:7) y su trono es uno de justicia (Salmos 89:4). Por lo tanto, tengamos cuidado y no nos fiemos únicamente de nuestra conciencia, sino que analicemos nuestras acciones y pensamientos a la luz de las Escrituras. Es más, debemos pedirle a Dios que nos examine con detalle, porque nosotros somos muy indulgentes con nosotros mismos, bien dice Dios: «Todos los caminos del hombre son limpios ante sus propios ojos, pero el Señor sondea los espíritus» (Proverbios 16:2). Por eso, David, decía:
Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos; y ve si hay en mí camino de perversidad, y guíame en el camino eterno. (Salmos 139:23–24).
Sí, es importante tener una conciencia que nos acuse frente al mal que podamos hacer, pero más crucial aún, es pedirle a Dios que nos examine, para que así podamos conocer verdaderamente lo que hay en lo más recóndito de nuestro ser, y de esta forma podamos ser moldeados por Dios.
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