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La humildad del Dios todopoderoso

  • 10 jun
  • 2 Min. de lectura

Versión en video: https://youtu.be/N0vWUu6cVqA


Déjame que los destruya y borre su nombre de debajo del cielo; y de ti haré una nación más fuerte y más numerosa que ellos. (Deuteronomio 9:14)


Cuando pensamos en la humildad, solemos relacionarla con la fragilidad humana, con nuestra necesidad de reconocer límites, errores y dependencia. Pero en este pasaje, encontramos una verdad que estremece el alma: el Dios todopoderoso, el creador de todo cuanto existe, se dirige a un hombre —Moisés— y le dice, “Déjame…”

¿Puede alguien impedirle algo a Dios? ¿Necesita Él pedir permiso? Por supuesto que no. Él es el soberano absoluto, el que da la vida y la quita, el que pone y depone reyes, el que gobierna sobre naciones y estrellas. Y, sin embargo, en su humildad, se digna hablar con su siervo como si su decisión dependiera de él. No porque Moisés tenga poder en sí mismo, sino porque Dios ha querido establecer una relación verdadera con su criatura. Es un Dios que no solo manda desde lo alto, sino que baja, conversa, escucha y se revela.


En este versículo, Dios expresa su justo enojo ante la rebeldía de Israel. Podía haber destruido a aquel pueblo obstinado y empezar de nuevo con Moisés, un hombre fiel. Pero no lo hace sin antes comunicarle su pensamiento y su intención. Este “déjame” no es una señal de debilidad, sino de una humildad que escapa nuestra comprensión. El Todopoderoso se presenta vulnerable ante su criatura, no porque lo necesite, sino porque lo ama.


El Señor Jesús, Dios hecho carne, reflejó esta misma humildad perfecta cuando, siendo igual a Dios, se despojó a sí mismo y tomó forma de siervo (Filipenses 2:6-7). El carácter de Dios no ha cambiado. Su humildad no es una excepción, sino una expresión gloriosa de su perfección.


¿Quiénes somos nosotros para creernos algo? Tantas veces pensamos tan alto de nosotros, cuántas veces nos ofendemos porque alguien no nos trató como “nosotros merecemos”. No obstante, vemos a nuestro Dios tan grande humillándose frente a su criatura. Entonces, ¿podemos tener nosotros algún tipo de altivez en nuestro corazón?

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