Así que, hermanos míos amados, estad firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor siempre, sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es en vano. (1 Corintios 15.58 RVR60)
El diccionario de la RAE define la palabra firme como: Estable, fuerte, que no se mueve ni vacila. Mientras que la palabra usada por Pablo para firme es en el original: hedraíos (ἑδραῖος) que significa: asiento, silla, base. Establecido, firme. Usado metafóricamente para referirse a la mente y el propósito.
Por otra parte, el diccionario de la RAE define a la constancia (el sustantivo) como: Firmeza y perseverancia del ánimo en las resoluciones y en los propósitos. Mientras que la palabra usada por el apóstol Pablo fue ametakínētos (ἀμετακίνητος) que significa inamovible, firme.
Tanto la firmeza, como la constancia son las piezas fundamentales de una vida exitosa como creyentes. No obstante, estas son dos de las cosas más difíciles para nosotros. Por así decirlo, como creyentes estamos en una maratón (42 km), pero la mayoría de nosotros somos corredores de 100 metros planos. ¿Qué quiero decir con esto? Que muchos de nosotros somos buenos para mantener el ritmo por cortos períodos, siendo que debemos mantener el ritmo constante por un período largo. De ahí el llamado de Dios en Hebreos:
Por tanto, puesto que tenemos en derredor nuestro tan gran nube de testigos, despojémonos también de todo peso y del pecado que tan fácilmente nos envuelve, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante. (Hebreos 12.1 LBLA)
Este es un llamado a un ejercicio continuo de la fe, de manera diaria; porque esta constancia y firmeza de la que nos habla Pablo es un requisito para la vida del creyente, para, como dice el autor, crecer en la obra del Señor siempre. Es que si somos inconstantes y cualquiera nos mueve, es decir, no tenemos firmeza, jamás podremos crecer, nunca podremos dar buenos frutos y la madurez será una meta imposible. Precisamente, una característica de la inmadurez espiritual es la poca firmeza:
Para que ya no seamos niños fluctuantes, arrastrados para todos lados por todo viento de doctrina, por los engaños de aquellos que emplean con astucia artimañas engañosas. (Efesios 4.14 RVC)
En nuestras mentes y corazones debemos proponer que sin importar cómo nos sintamos, qué situaciones nos rodeen o si nuestra carne está dispuesta a obedecer o no, debemos seguir adelante. Por eso decía que la vida del creyente es como una maratón, pues estos deportistas corren largas distancias batallando contra sus cuerpos, pues en cierto punto de la carrera se sienten cansados, sedientos, con dolores, les cuesta respirar, etc. pero no por eso ceden o disminuyen el paso, sino que siguen corriendo usando su convicción de alcanzar la meta. Es por eso que Pablo le decía a estos mismos corintios:
Así que, yo de esta manera corro, no como a la ventura; de esta manera peleo, no como quien golpea el aire, sino que golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado. (1 Corintios 9.26–27 RVR60)
Muchas veces no tendremos ganas de leer la Biblia, de orar o de congregarnos, de predicar, de ir a visitar a un enfermo, etc. Sin embargo, es en esta firmeza y constancia que Dios nos llama a dejar de oír a nuestra carne, así como al enemigo de las almas quienes nos dicen que esta vez pasemos de ello, que no pasa nada si no lo hacemos. No obstante, necesitamos mantener ese paso firme, ese correr la carrera con paciencia de manera constante, sin pausas y sin detenernos por nada; tal como el agua que fluye por un río, pues aunque hayan obstáculos, el agua no se detiene en su cauce, sino que bordea los obstáculos y se hace camino hasta llegar a su destino, que es el mar. De esta misma forma debemos vivir nuestras vidas como creyentes.
Hagamos el compromiso delante de Dios, que sin importar lo que enfrentemos, seguiremos adelante sin detenernos.
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