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  • Foto del escritorAlexis Sazo

La fe y la química



Porque también a nosotros se nos ha anunciado la buena nueva como a ellos; pero no les aprovechó el oír la palabra, por no ir acompañada de fe en los que la oyeron. (Hebreos 4:2)


La Biblia enseña claramente que nuestras vidas deben ser fructíferas, es decir, debemos dar frutos (Juan 15:1–5). Alguien podría pensar que solo con combinar grandes cantidades de lectura bíblica, oración y asistencia a la iglesia local podríamos lograrlos; no obstante, si nos falta la fe no experimentaremos ningún crecimiento espiritual significativo, es más, ni siquiera podremos agradar a Dios, pues dice su Palabra: «Pero sin fe es imposible agradar a Dios» (Hebreos 11:6).


Un químico dijo que si uno mezcla hidrógeno y oxígeno —los componentes del agua—, por sí solos no se obtiene ninguna reacción. Pero si uno le añade una pequeña cantidad de platino, las cosas cambian completamente, esto es, se produce un cambio químico. Los átomos de hidrógeno y del oxígeno que antes no se unían, en presencia del platino, ahora se unen para formar una molécula nueva, es decir, agua (H₂O).


El paralelo espiritual es claro, porque de la misma manera en que se necesita un catalizador como el platino para producir agua, asimismo la fe debe estar presente para hacernos crecer en la gracia y el conocimiento de Dios, así como en la sabiduría que viene de lo alto y que encontramos en la Palabra de Dios. Del mismo modo, necesitamos de la fe para poder dar frutos agradables a nuestro Dios.


Es cuando ejercitamos nuestra confianza en el Señor —la fe—, cuando comenzamos a ver la diferencia que Él produce en nuestras vidas. Los elementos que antes «no hacían reacción», en presencia de la fe, se combinan para dar frutos. Porque es en presencia de la fe cuando experimentaremos la «química» espiritual del cambio y el crecimiento que nos da Dios.


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