Pero sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan. (Hebreos 11:6)
El Señor Jesús, durante su ministerio, realizó un sinnúmero de milagros, pero hubo un lugar donde casi no pudo obrar milagros y sanidades debido a la incredulidad de los habitantes del lugar. Nos dice su Palabra que fue a la ciudad donde creció, Nazaret. Cuando se levantó en la sinagoga a enseñar, muchos de los que lo oían se admiraban y decían: «¿De dónde tiene éste estas cosas? ¿Y qué sabiduría es esta que le es dada, y estos milagros que por sus manos son hechos? ¿No es éste el carpintero, hijo de María, hermano de Jacobo, de José, de Judas y de Simón? ¿No están también aquí con nosotros sus hermanas? Y se escandalizaban de él» (Marcos 6:2–3).
Estas personas lo conocían como un carpintero; conocían a su familia, su madre, sus hermanos y hermanas, y para ellos era cosa maravillosa que aquel carpintero conocido ahora les hablara del reino de Dios. Su Palabra nos dice que: «no pudo hacer allí ningún milagro, salvo que sanó a unos pocos enfermos, poniendo sobre ellos las manos. Y estaba asombrado de la incredulidad de ellos» (Marcos 6:5–6). Este evento nos demuestra que Dios no actúa frente a nuestra incredulidad. Por eso es que no podemos agradar a Dios si es que no tenemos fe (versículo del encabezado), puesto que no le creemos y Él no puede hacer todo lo que quisiera en nuestras vidas.
Los apóstoles se dieron cuenta de que estaban faltos de fe, por eso le dijeron al Señor: «auméntanos la fe» (Lucas 17:5). Este mismo deseo debe estar en nuestros corazones, para que podamos confiar completamente en nuestro Dios, permitiéndole así actuar libremente en nuestras vidas, porque «al que cree todo le es posible» (Marcos 9:23). Tenemos que decir como el padre del niño endemoniado: «Creo; ayuda mi incredulidad» (Marcos 9:24). Y es en la medida que vamos conociendo a nuestro Dios, es que podemos ir aprendiendo a confiar más y más en Él, por eso es tan importante pasar tiempo en las Escrituras, leyéndolas, estudiándolas y meditándolas cada día, creyendo lo que nos dicen acerca de nuestro bendito Dios.
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