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La envidia, un gran mal



No nos hagamos vanagloriosos, irritándonos unos a otros, envidiándonos unos a otros. (Gálatas 5:26)


En un prestigioso periódico en Estados Unidos, puso un anuncio de tres páginas, mostrándonos cómo el mundo saca provecho de nuestra tendencia natural a la envidia. En la primera página de dicho anuncio se mostraba un Jaguar Mark II de 1960. Al pie de la foto decía: «De la misma manera en que esto era la envidia del mundo automotriz…» Entonces, en las páginas dos y tres, había una foto del nuevo modelo de Jaguar, con una nota al pie que decía: «Una vez más, la envidia será el estándar».


Claro, no es pecado que alguien desee tener un auto de lujo, sin embargo, sí es pecado que, por ejemplo, yo sienta envidia de que mi vecino tenga un mejor automóvil que yo, ese sí es un problema grave, ya que Dios dijo en su Palabra: «No codiciarás la casa de tu prójimo, no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su criada, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna de tu prójimo» (Éxodo 20:17).


Aunque esto no solo aparece en el Antiguo Testamento, también lo encontramos en la carta de Pablo a los Gálatas: «Y manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas; acerca de las cuales os amonesto, como ya os lo he dicho antes, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios» (Gálatas 5:19–21).


Y si nos damos cuenta, la envidia está entre las herejías, los homicidios, orgías, etc. Por tanto, este es un pecado peligroso. Por ejemplo, llevó a los hermanos de José a venderlo (Hechos 7:9). La envida movió a los religiosos de la época a entregar al Señor Jesús para que lo crucificaran (Marcos 15:10). Es más, la envidia es contraria al amor, el cual no tiene envidia (1 Corintios 13:4). Y lo que es peor, este pecado nos daña, bien dice en Proverbios 14:30: «Mas la envidia es carcoma de los huesos».


Entonces, al ser un pecado tan dañino, necesitamos la ayuda de Dios, para que la quite de nuestras vidas y corazones, y así ser librados de tan grande mal.


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