Sobre esta roca edificaré mi iglesia. (Mateo 16:18)
En la costa china, en la cumbre de una colina que domina la región de Macao, antiguamente los portugueses construyeron una gigantesca catedral. Hoy solo queda una fachada dominada por una cruz gigante. El mar, que a menudo está encrespado en ese lugar, ha provocado numerosos naufragios, pero esta cruz, todavía de pie y fácil de localizar, ha guiado y salvado a muchos marineros, dirigiéndolos hacia el refugio.
¡Qué imagen conmovedora del estado actual del mundo cristiano es esta catedral en ruinas! Ella simboliza todo el sistema organizado, jerarquizado, que los hombres han construido. Este parece poderoso e inmenso; sin embargo, entre los que se llaman cristianos, ¿quiénes tienen la verdadera fe? Lo que ha arruinado este edificio no son tanto los ataques exteriores, sino la relajación moral, los elementos políticos y humanos que han suplantado la autoridad de la Palabra del Señor. No obstante, queda este testimonio de un hecho único en la historia de la humanidad: una cruz en la cual murió el Salvador del mundo. Una cruz que sigue siendo visible a todos esos náufragos de la vida; ella siempre puede conducirlos a tierra firme, la roca segura que es Cristo, el Hijo de Dios.
Es necesario mirar con fe hacia Aquel que, en la cruz, cargó y expió los pecados de todos los que creen en él. Sufriendo el castigo que nosotros merecíamos, Jesucristo nos dio una salvación eterna. Y a los que ha salvado, Jesús los agrega a su Iglesia, la cual construye sobre la roca.
Fuente: La Buena Semilla.
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