Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta: si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana. (Isaías 1:18)
Existe una frase común: «saldar cuentas», esta se utiliza en las películas, por ejemplo, cuando dos pistoleros del viejo oeste querían arreglar un problema a punta de balazos. Los noticieros también lo utilizan para referirse a un enfrentamiento entre dos bandas rivales, dejando a alguna persona sin vida, por ejemplo. Lo cierto es que todo ser humano necesita saldar cuentas con Dios, pues por naturaleza somos hijos de ira (Efesios 2:3), y su Palabra nos define como enemigos:
Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida. (Romanos 5:10)
Para que nuestra cuenta fuese saldada con Dios fue necesario que el Hijo del Hombre tuviese que pagar el incalculable precio de nuestra deuda. Todos sabemos que fue mediante su cruz que fuimos reconciliados con Dios, tal como lo decía el apóstol Pablo a los corintios: «Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación» (2 Corintios 5:19). Sin embargo, nuestras frágiles mentes humanas, olvidan el altísimo costo que tuvo esto: La vida de Dios, la vida del autor de la vida. Esto significa que la vida (Juan 14:6) tuvo que poner su propia vida y gustar la muerte para que nosotros, criaturas impías, humillándose hasta lo sumo (Filipenses 2:8), para que así pudiésemos saldar cuentas con Dios.
En este día, el primero de la semana, hagamos memoria de nuestro Señor, considerando el precio exorbitante que Él tuvo que pagar para que podamos estar a cuentas con Dios, para que así alabemos a quien tanto dio por amor nuestro, el cual es bendito por los siglos de los siglos, amén.
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