
Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra. (2 Timoteo 3:16–17)
Este maravilloso libro es único en cuanto a su inspiración y su formación. Está compuesto por 66 pequeños libros escritos por más de 40 autores diferentes a lo largo de 1.500 años, en lugares muy diversos, entre los que se encuentran Babilonia, Jerusalén o Roma. Los hombres que Dios escogió para escribir este libro venían de todos los estratos sociales: profetas conductores del pueblo (Moisés, Josué), reyes (David, Salomón), un ministro real (Daniel), un copero (Nehemías), un escriba (Esdras), un pastor (Amós), pescadores (Pedro, Juan), un médico (Lucas), un erudito (Pablo).
Estos «santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo» (2 Pedro 1:21). Sin ponerse de acuerdo, separados tanto temporal como geográficamente, eso sin mencionar las condiciones sociales, escribieron para componer este libro único, la Biblia, que es la Palabra de Dios.
El objetivo de la Biblia es darnos a conocer a Dios en relación con los hombres, es decir, sus acciones, sus palabras, sus pensamientos, lo que ha hecho y lo que hará. Nos levanta el velo que cubre lo que pasó antes de la creación, y asimismo nos revela los eventos futuros en este siglo, así como en el venidero. Pero más importante aún es que la Biblia nos da a conocer a Jesús, el Hijo unigénito de Dios, y la obra de salvación que consumó al poner su vida en la cruz del Calvario, para así salvar a todos aquellos que creen en Él.
La Biblia es el libro más difundido en el mundo, pero no debido a la voluntad humana, sino por la inmensa gracia de Dios, quien difunde su Palabra «no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento» (2 Pedro 3:9). Así que, aprovechemos bien el tiempo y pasemos tiempo a la luz de ella, lo cual siempre será una bendición en nuestras vidas.
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