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JESÚS, EL VENCEDOR


Cómo Dios ungió con el Espíritu Santo y con poder a Jesús de Nazaret, y cómo éste anduvo haciendo bienes y sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él. (Hechos 10.38)


Antes de siquiera comenzar su ministerio, Jesús tuvo un encuentro con Satanás, pero aquel día, luego de haber ayunado durante 40 días (Mateo 4.1-11), Jesús resistió a Satanás citando la Palabra tres veces. Ninguno de los ataques del diablo prevaleció contra Él. Si miramos esta victoria y la comparamos con nuestros primeros padres, vemos como Eva cedió fácilmente frente al tentador, al desobedecer la Palabra de Dios y luego su esposo Adán cediendo cuando su esposa le dio a comer del fruto prohibido. 


Esta es la gran diferencia entre el Señor Jesús y nosotros, ya que desde su nacimiento hasta el final de su vida como hombre aquí en la tierra jamás pecó, pero no fue por falta de tentaciones, pues nos dice la Biblia:


Por tanto, teniendo un gran sumo sacerdote que traspasó los cielos, Jesús el Hijo de Dios, retengamos nuestra profesión. Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado. (Hebreos 4.14–15)

Cristo siempre estuvo exento de todo mal, pues nunca formó parte del fracaso generalizado de la humanidad, ni de los cautivos de Satanás, los que tenía presos del miedo a la muerte (Hebreos 2.14-15). Por obediencia a su Padre, Jesús jamás permitió que Satanás ejerciera ningún derecho sobre Él, ni tampoco permitió que el pecado ganara sobre su perfecto andar. Gracias a su muerte voluntaria y a su resurrección, aquel hombre fuerte fue atado (Marcos 3.27), así que ya no puede oponerse a su vencedor, el Hijo de Dios. 


Nuestro Señor Jesús entró en la casa del hombre fuerte y saqueó sus bienes (Mateo 12:29), haciéndonos libres de la esclavitud del pecado (Juan 8.32-36) y de la muerte (Apocalipsis 20.6). Jesús vino y habitó entre los hombres, a quienes Satanás tenía cautivos, para sanar “a todos los oprimidos por el diablo” (Hechos 10.38). 


En la cruz del Calvario, nuestro Señor, consiguió la victoria completa y definitiva sobre el mal. Hirió la cabeza de la serpiente, tal como fue profetizado miles de años antes (Génesis 3.15). Hoy no queda mucho tiempo para que lo expulse del cielo (Apocalipsis 12.9-10); para que de una vez por todas lo lance al lago de fuego (Apocalipsis 20.10) de donde jamás podrá salir. 


Estas son las etapas de la victoria de nuestro gran Libertador Jesucristo, comenzando con un cuerpo físico debilitado, hasta mostrarnos su gloria y su poder como nunca lo hemos visto en aquel día glorioso cuando vuelva por su iglesia. Así que, ¡adoremos a nuestro glorioso Señor! ¡Elevemos alabanzas a su Nombre, porque Él es el vencedor y digno de toda honra por lo que hizo!


Grandes y maravillosas son tus obras, Señor Dios Todopoderoso; justos y verdaderos son tus caminos, Rey de los santos. ¿Quién no te temerá, oh Señor, y glorificará tu nombre? pues sólo tú eres santo; por lo cual todas las naciones vendrán y te adorarán, porque tus juicios se han manifestado. (Apocalipsis 15.3–4)



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