Como el Padre levanta a los muertos, y les da vida, así también el Hijo a los que quiere da vida. (Juan 5:21)
En los evangelios se nos muestra al Señor Jesús como el «Autor de la vida», frente a la muerte:
Un niño estaba a punto de morir, pero su padre suplicó al Señor Jesús que fuera a verlo antes de que muriera. Él le respondió con estas palabras: «Ve, tu hijo vive». El padre creyó la palabra de Jesús, volvió a su casa y halló al niño sano (Juan 4:46-53).
El Señor iba a casa de un principal de la sinagoga que tenía una hija de doce años gravemente enferma, pero en el camino el padre recibió este terrible mensaje: «Tu hija ha muerto; ¿para qué molestas más al Maestro?». El Señor Jesús tranquilizó al padre y continuó su camino. Al llegar halló a la niña muerta en la cama y, tomándola por la mano, le dijo: «Niña, a ti te digo, levántate», y ella se levantó (Marcos 5:35, 41).
Llegando el Señor Jesús a una ciudad llamada Naín, se encontró con un cortejo fúnebre: el muerto era el hijo único de una viuda. Él se acercó y le dijo a la madre: «No llores». Luego tocó el féretro, y con autoridad dijo: «Joven, a ti te digo, levántate», y resucitó al muerto (Lucas 7:12-15).
Uno de los amigos del Señor estaba enfermo y murió (Lázaro). Cuando llegó a Betania, el muerto estaba en la tumba desde hacía cuatro días. A pesar de las protestas de que hedía, el Señor ordenó quitar la piedra que cerraba el sepulcro, y exclamó: «¡Lázaro, ven fuera!». El que había estado muerto salió, con los pies y las manos atadas, y el rostro envuelto en un sudario. El Señor dio una orden, diciendo: «Desatadle, y dejadle ir» (Juan 11:39-44).
Estos relatos bíblicos confirman lo que encontramos en el evangelio de Juan, donde dice: «De cierto, de cierto os digo: Viene la hora, y ahora es, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios; y los que la oyeren vivirán» (Juan 5:25), porque nuestro Señor es el vencedor de la muerte.
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