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Jesús




Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz. Lo dilatado de su imperio y la paz no tendrán límite, sobre el trono de David y sobre su reino, disponiéndolo y confirmándolo en juicio y en justicia desde ahora y para siempre. (Isaías 9:6–7)


La fecha del nacimiento del Señor Jesús es desconocida; no obstante, la tradición religiosa la fijó en el día de hoy. Muchos hablan en estas fechas del «niño Jesús». Pero ¿debemos recordarle de esa manera? Alguna vez ha leído en algún libro que se hable del bebé Alejandro Magno, el niño Napoleón, de la infanta Cleopatra, del niño Cristóbal Colón. Lo cierto es que no, siempre hablamos de la grandeza de estos personajes históricos, de lo que hicieron en vida. Del mismo modo, la Palabra de Dios se centra en lo que el Señor Jesús hizo en su vida. Su nacimiento se menciona en los evangelios, pero con el propósito de demostrar que incluso en su concepción Él fue Dios; y que se humilló al tomar forma humana, esto hecho por amor de nosotros. Es cierto que el hecho de que Dios haya nacido en el mundo es impresionante, pero no fue su nacimiento el hito más importante, sino que fue su muerte.


Dios fue glorificado en todo lo que el Señor Jesús hizo, desde su nacimiento hasta su muerte. Digo esto porque en dos oportunidades su Padre dijo: «Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia» (Mateo 3:17; 17:5). Y al resucitar de entre los muertos y ascender a los cielos, le confirió –eternamente– un lugar de autoridad y de gloria:


Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre. (Filipenses 2:9–11)


Como dije antes, lo importante no es su nacimiento, sino que es su muerte. Es más, Él mismo dijo que le recordaramos en su muerte, no en su nacimiento.


Que el Señor Jesús, la noche que fue entregado, tomó pan; y habiendo dado gracias, lo partió, y dijo: Tomad, comed; esto es mi cuerpo que por vosotros es partido; haced esto en memoria de mí. Asimismo tomó también la copa, después de haber cenado, diciendo: Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre; haced esto todas las veces que la bebiereis, en memoria de mí. (1 Corintios 11:23–25)


El Señor Jesús vive para siempre y un día reinará sobre el mundo. Y cada uno tendrá que darle cuentas. Sin embargo, aún sigue presentándose como el salvador del mundo. No deje pasar este año sin recibir el regalo de la salvación que Dios le ofrece en este día a través de su Hijo Jesús.


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