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En paz me acostaré, y asimismo dormiré; porque solo tú, Señor, me haces vivir confiado. (Salmo 4:8)
Acababa de nacer un niño. Desgraciadamente, el parto había sido difícil, con grandes sufrimientos para la madre. Esta le puso por nombre «Jabes», que significa «dolor», pues dijo: «lo di a luz en dolor» (1 Crónicas 4:9). Dicho nombre marcó la niñez de este hombre.
En su oración, Jabes abrió su corazón a Dios y le contó toda su preocupación, pues dijo: «¡Si me dieras bendición, y ensancharas mi territorio, y si tu mano estuviera conmigo, y me libraras de mal, para que no me dañe!» No dudó en pedir mucho, porque estaba marcado por la cuestión del sufrimiento: deseaba romper con este dolor asociado a su nombre. Puso su confianza en la bondad de Dios, quien podía liberarlo y bendecirlo. ¿Y cómo le respondió Dios? «Le otorgó Dios lo que pidió» (1 Crónicas 4:10). Y la Biblia añade que «fue más ilustre que sus hermanos» (1 Crónicas 4:9).
Si nuestra infancia dejó dolorosas cicatrices, pidamos ayuda a Dios y contémosle toda nuestra tristeza. El Creador que nos formó, y que nos amó incluso antes de nuestra concepción, no nos decepcionará. Acerquémonos con fe y abrámosle nuestro corazón. Él desea liberarnos de la amargura y del resentimiento. Quiere darnos una paz que sobrepasa todo entendimiento. El Señor Jesús dijo: «Al que a mí viene, no le echo fuera» (Juan 6:37).
Es importante orar a Dios abriendo nuestros corazones. Por eso el apóstol Pablo decía: «Sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios… guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús» (Filipenses 4:6–7).
Fuente: La Buena Semilla (modificado)
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