Mirad por vosotros mismos, para que no perdáis el fruto de vuestro trabajo, sino que recibáis galardón completo. (2 Juan 8)
Para nadie es un secreto que la venida del Señor está cada vez más próxima. El apóstol Pablo, hablando de esto, les dijo a los romanos, lo siguiente:
La noche está avanzada, y se acerca el día. Desechemos, pues, las obras de las tinieblas, y vistámonos las armas de la luz. Andemos como de día, honestamente; no en glotonerías y borracheras, no en lujurias y lascivias, no en contiendas y envidia, sino vestíos del Señor Jesucristo, y no proveáis para los deseos de la carne. (Romanos 13:12–14)
Hay un himno que lleva por nombre el título de este devocional, el cual, cada vez que lo recuerdo, me llama a meditar.
¿He de ir sin ningún fruto que presente a mi Señor? ¡No le llevo ni un trofeo, ni servicio de valor!
Coro:
¿He de ir sin ningún fruto? ¿He de ver a Cristo así? Con el tiempo malgastado, ¿he de presentarme así?
De la muerte ya no me asusto, Cristo es ya mi Salvador. Para él nada yo he hecho, esto sí me da dolor.
Darle todo, yo quisiera de los años que perdí, caminando en la ceguera, pero a Satanás los di.
Pasa el día y llega noche, ¡trabajad cuando haya luz! Le verán, y sin reproche, quienes sirvan a Jesús.
Entonces, mis hermanos, ¿con qué nos hemos de presentar delante de nuestro Señor? El tiempo se acorta con cada día que pasa. El llamado de Dios es a la acción. Recapacitemos y pongámonos manos a la obra, para que no lleguemos con nuestras manos vacías delante de nuestro bendito Salvador.
Y ahora, hijitos, permaneced en él, para que cuando se manifieste, tengamos confianza, para que en su venida no nos alejemos de él avergonzados. (1 Juan 2:28)
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