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Hable: Dios le escucha



 

Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. (Filipenses 4:6)

 

La oración está fundada en el inmenso privilegio de tener comunes intereses con Dios.


La oración cultiva y desarrolla en nosotros el fruto del Espíritu de Dios: la humildad, mediante la sincera expresión de nuestras miserias; la fe, con la que podemos creer y hacer nuestras todas las promesas de Dios; la esperanza que de antemano se regocija de su cumplimiento; el amor por el Padre lleno de ternura con quien conversamos, y por todos aquellos de quienes le hablamos; la paciencia, porque se renuncia a intervenir y agitarse para dejar obrar a Dios.


La oración nos es útil cuando sentimos animosidad y rencor contra alguien, y ya no podemos tolerarlo más tiempo. Tales sentimientos nos dañan, por lo cual, lo mejor que podemos hacer es orar por esa persona, para poder ser capaces de amarla (Mateo 5:44). Siguiendo el ejemplo del Señor en la cruz cuando dijo: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Lucas 23:34); palabras que pronunció en favor de los que acababan de hincar clavos en sus manos.


Si no renunciamos a nuestra voluntad, no podemos esperar que Dios nos otorgue lo que pedimos. Porque «si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye» (1 Juan 5:14). Ya que si pedimos y no recibimos, es porque pedimos mal, pues lo hacemos para nuestros deleites (Santiago 4:3); y contrariamos su respuesta, porque ya tenemos nuestro propio proyecto de aquello por lo cual oramos.


Pero por sobre todas las cosas, necesitamos orar, porque somos débiles y nada podemos hacer por nosotros mismos. Aunque nos olvidamos que la oración no solo es para pedir cosas a Dios, sino también para comunicarnos y tener una relación con Él. Entonces, ¿estamos hablando con Dios a diario?


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