
Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón; y yo seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo. Y no enseñará más ninguno a su prójimo, ni ninguno a su hermano, diciendo: Conoce a Jehová; porque todos me conocerán, desde el más pequeño de ellos hasta el más grande, dice Jehová; porque perdonaré la maldad de ellos, y no me acordaré más de su pecado. (Jeremías 31:33–34)
Cuando nuestro hijo, Chuck, tenía como doce años, le salieron un par de uñeros que tuvimos que hacérselos cortar dos días antes de Navidad. Tuvo que quedarse acostado con los pies levantados, y con dos de sus dedos de los pies envueltos en gaza, fastidiado por perderse las actividades de Navidad. Pensé que no sería malo que armáramos juntos un pequeño auto de control remoto. Eso lo animaría. Así que eso fue lo que le compré.
Dentro de la caja había un folleto más grueso que un Nuevo Testamento, impreso en alguna parte entre Tokio y Otsuki, Japón. El hombre que me lo vendió dijo que armarlo era: “Juego de niños.” Se necesitarían tres, o a lo más, cuatro horas para armar el aparato. Había veintinueve pasos para armar ese pequeño auto de control remoto, y después de seis horas, apenas habíamos llegado al paso trece. Sabía que habíamos tenido un “fracaso definitivo en la comunicación.” Si la frustración pudiese matar a un vendedor, él ni cuenta se daría de lo que lo golpeó.
¿Anhelamos tener una comunicación directa y significativa con Dios? ¿Queremos escucharlo y entender su senda para nuestra vida? Ciertamente, el Señor está «en el negocio de la comunicación», y su manera primaria de hablarnos es a través de su Palabra. En la Biblia, tenemos la completa revelación de Dios. En ella encontramos la verdad del carácter de Dios y sus caminos, desarrollándose en la historia, siendo totalmente inspirada por el Espíritu Santo. Y tal como su Espíritu actuó en las mentes y corazones de los santos hombres que escribieron las páginas de este incomparable libro, Él puede enseñarnos (y nos enseñará) su verdad por medio de ella.
Así que, hermanos, por ejemplo, cuando enfrentemos dificultades y reveses, en lugar de buscar como primera cosa el consejo de otros, antes, vayamos a las Escrituras y oigamos directamente la voz de nuestro Salvador, porque Él desea hablarnos. Dispongamos nuestro corazón y oídos para escucharlo, diciendo como Samuel: «Habla, porque tu siervo oye» (1 Samuel 3:10).
Comments