No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta. (Romanos 12:2 RVR60)
«Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra» (Mateo 6:10). Esta petición sobreentiende que deseamos lo que Dios quiere. En el cielo la voluntad de Dios se cumplió sin obstáculos ni demoras. En la tierra esta voluntad está ligada a la del hombre. Dios acepta que su acción dependa de sus criaturas, los seres humanos, a quienes considera realmente libres y responsables de sus acciones.
Pero el ser humano se obstina en resistir a Dios de manera tanto abierta como solapada.
¡Pero ustedes son duros de cabeza, de corazón y de oídos! ¡Siempre se oponen al Espíritu Santo! ¡Son iguales que sus padres! (Hechos 7:51 RVC)
Esta rebelión comenzó hace muchísimo tiempo, específicamente en el huerto de Edén, en donde Dios le dio un mandamiento al hombre y a la mujer: «De todo árbol del huerto podrás comer; mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás» (Génesis 2:16–17 RVR60). Y a medida que pasa el tiempo, esta rebelión se intensifica más y más, a medida que la criatura se eleva mediante adelantos tecnológicos y científicos, creyéndose independiente de su Creador.
Sin embargo, la voluntad de Dios es buena, agradable y perfecta (Romanos 12:2). No obstante, nosotros los cristianos, tenemos mucha dificultad para desearla verdaderamente debido a nuestra propia voluntad independiente, la cual no conseguimos dejar de lado. Tenemos tendencia a hacer parcialmente la voluntad de Dios, razón por la cual nuestras vidas se vuelven mediocres.
Lo cierto es que necesitamos seguir el ejemplo del Señor Jesús, quien se gozaba en hacer la voluntad de su Padre; es más, para Él, hacer la voluntad de su Padre, era lo que le daba fuerzas, pues lo consideraba su alimento (Juan 4:34). Hermanos, ¡que nuestra felicidad consiste en hacer su voluntad antes que la nuestra! Así podremos vivir en comunión con Él, en nuestros momentos de oración y en todas nuestras actividades del día.
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