Si, pues, coméis o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios. (1 Corintios 10:31)
Cuando pensamos en glorificar a Dios, por lo general, se nos viene a la mente alzar la voz en adoración a Dios, bendiciendo su nombre, cantar himnos que le alaben, levantar las manos, etc. Sin embargo, la Palabra de Dios nos dice hace menos fastuoso: «Si, pues, coméis o bebéis, o hacéis otra cosa». Comer, beber o hacer otra cosa, son cosas sencillas que hacemos a diario, la pregunta es: ¿las hacemos para la gloria de Dios? Basándonos en este versículo, todo lo que hacemos ha de ser para darle gloria a Dios. Por ejemplo, si lavamos los platos, debe ser para la gloria de Dios; si nos cepillamos los dientes, debe ser para la gloria de Dios; si trabajamos, debe ser para la gloria de Dios. Vuelvo a preguntar: ¿es así como vivimos?
El apóstol Pablo les decía a los hermanos de Colosas: «Y todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él» (Colosenses 3:17). Cuando leo estos versículos (el del encabezado y este), veo cuán corto nos quedamos en obedecer estos mandamientos y cuán poco habituado estamos en vivir dándole gloria a Dios en todo lo que hacemos. Por lo general, las cosas las hacemos o para nosotros o para nuestra familia.
El Señor Jesús, mientras estuvo aquí en la tierra, vivió para obedecer y darle gloria a su Padre. De la misma manera, es como deberíamos vivir nosotros los creyentes. Puesto que cuando vivimos así, vivimos para con el fin de honrar a nuestro Dios, lo cual nos lleva a vivir santas y agradables a sus ojos. Aunque claro, nadie dice que sea fácil hacer esto, ya que la carne siempre se resiste a los designios de Dios. Su Palabra es clara en esto:
Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden; y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios. (Romanos 8:7–8)
Si queremos vivir vidas agradables a Dios, vidas que le glorifiquen y le honren, entonces, debemos dejar de vivir para la carne y comenzar a vivir para Dios.
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