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Felicidad cerca de Dios



​​Bienaventurado el varón que no anduvo en consejo de malos, ni estuvo en camino de pecadores, ni en silla de escarnecedores se ha sentado; sino que en la ley del Señor está su delicia, y en su ley medita de día y de noche. Será como árbol plantado junto a corrientes de aguas, que da su fruto en su tiempo. (Salmo 1:1-3)

El libro de los Salmos forma parte de la poesía hebrea, y es una recopilación de oraciones y alabanzas. Ha sido llamado «el corazón de la Biblia» porque contiene la expresión de muchos sentimientos y recuerda las felices experiencias de los siervos de Dios que compusieron esos poemas.

La primera palabra de este libro nos habla de felicidad: «Bienaventurado». En el idioma original es ʾešer y significa: el estado de felicidad de una persona. Es como si Dios quisiera decirnos que existe un gozo posible, simple, profundo, duradero, y que puede ser gustado incluso en la adversidad y las pruebas.

Si seguimos avanzando en estos primeros versículos, nos podemos dar cuenta que este gozo, esta alegría, son descritos en relación con nuestros actos cotidianos: caminar, sentarse, hallar su agrado en lo que Dios ha dicho. Por lo tanto, en este primer Salmo se nos invita a preguntarnos: ¿Qué pensamientos ocupan nuestra mente? ¿Qué actos caracterizan nuestra conducta? Y ¿dónde hallamos nuestro gozo?

El énfasis está puesto en el amor a la Palabra de Dios y su meditación en todo momento (v. 2). En otras palabras, la felicidad pasa por una relación con Dios, y esta se vive cuando lo escuchamos y hablamos con Él mediante la oración; y cuando Él nos habla al leer y meditar en la Biblia. Por cierto, meditar hace referencia a tomarnos el tiempo para leer y releer un texto, dejar que penetre no solo en nuestra mente, sino que descienda hasta nuestros corazones.

Hermanos, preguntémonos qué efecto ha tenido en nosotros y en nuestra vida cotidiana la Palabra que hemos leído, escuchado y meditado. Un gesto de perdón, de generosidad, el diálogo reanudado, una decisión tomada, etc. son algunas de las actitudes que la Palabra de Dios nos enseña. Bien dice en este mismo libro: «Tu dicho me ha vivificado» (Salmo 119:50).


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