Y dijo: Por mí mismo he jurado, dice Jehová, que por cuanto has hecho esto, y no me has rehusado tu hijo, tu único hijo; de cierto te bendeciré, y multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo y como la arena que está a la orilla del mar, y tu descendencia poseerá las puertas de sus enemigos. (Génesis 22:16–17)
Supe de un caso en que un ministro oraba sobre un niño agonizante, diciendo: «Si acaso es tu voluntad, Señor, déjanoslo …» El alma de la pobre madre, anhelante por su amado, exclamó: «Debe ser su voluntad; ya no puedo sufrir “acasos”». El buen ministro se detuvo. Y para sorpresa de muchos, el niño se recobró. No obstante, a la madre le tocó padecer un martirio debido a la mala conducta de este niño hasta su juventud, cuando debió verlo colgado antes de los veintidós años de edad.
Dios nunca nos pedirá que sacrifiquemos algo sin darnos a cambio una mayor bendición. Aunque, por supuesto, en el momento en que nos lo pide puede ser difícil recordar esta verdad bíblica. Ejemplo de esto último fue Abraham con su hijo Isaac.
En Génesis leemos que Abraham y Sara, siendo ya de edad avanzada, el Señor, milagrosamente, les concedió el tener un hijo al que llamaron Isaac. Sin embargo, unos años más tarde, Dios le ordenó a Abraham algo no solo verdaderamente difícil de hacer, sino sin sentido: que ofreciera a su único hijo en sacrificio (Génesis 22:1–10). Abraham confió en Dios y decidió obedecerlo, aunque no sabía cómo Él iba a cumplir su promesa de una gran descendencia, confió absolutamente en Él, y el Señor libró a Isaac. Y fue debido a esta fe del patriarca que Dios lo bendijo más allá de toda imaginación.
Mis hermanos, algunas veces, la voluntad de Dios nos parecerá completamente descabellada, ilógica y hasta contraria a todo lo que pudiéramos imaginar, pero es ahí donde debemos confiar completamente en Él, porque su voluntad es buena, agradable y perfecta (Romanos 12:2), y sus pensamientos hacia nosotros son de bien y de paz (Jeremías 29:11).
Dios nos puede pedir que entreguemos algo muy importante, pero no con el fin de hacernos daño, sino todo lo contrario, para hacernos el bien, y también fortalecer nuestra fe y confianza en Él. Por difícil que sea, hagámoslo, porque ciertamente, Él nos bendecirá de maneras asombrosas, y nuestra fe hacia Él aumentará considerablemente.
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