Un espíritu afable y apacible, que es de grande estima delante de Dios. (1 Pedro 3:4b)
¿Cómo se forman las perlas? Un simple grano de arena que penetra en la concha de una ostra le produce una irritación que la incita a deshacerse de él. Pero, si no lo consigue, envolverá pacientemente con nácar ese cuerpo extraño y hará de él esa maravilla de la naturaleza que conocemos como perla.
Dios nos dejó ese ejemplo de la naturaleza para que nosotros, los creyentes, aprendamos de él. Los pequeños granos de arena, es decir, los motivos de irritación, son numerosos en nuestras vidas. Estos pueden ser pequeños o grandes. Por ejemplo: contrariedades en casa, disgustos en el trabajo y complicaciones de la vida en sociedad. En vez de solo quejarnos contra Dios, ¿por qué mejor no hacemos de cada una de estas causas de irritación una perla preciosa para nuestro Dios?
Por ejemplo, le dirigen palabras malévolas, le hacen un reproche inmerecido, bueno ¡ese es un grano de arena que lastima y que puede transformar en perla! Sí, la mansedumbre con que podamos responder –con la ayuda de Dios– viene a ser una perla de gran precio delante de nuestro Señor. El espíritu de renuncia a las quejas con el que acepto lo que Dios me da es una perla de alto valor para Dios. El apóstol Pablo le decía a los corintios:
¿Por qué no sufrís más bien el agravio? ¿Por qué no sufrís más bien el ser defraudados? (1 Corintios 6:7)
Es por medio del paciente trabajo del Espíritu Santo que cualquier inconveniente, que tanto nos puede molestar en un primer momento, servirá para formar otra perla más. Sí, la mansedumbre, la templanza y la paciencia, son parte del fruto del Espíritu (Gálatas 5:22–23) que cada creyente debe ir desarrollando a lo largo de su carrera espiritual.
Finalmente, todas esas perlas habrán sido producidas pacientemente, en lo secreto, como en el fondo del mar; pero llegará el momento en que podrán ser admiradas en el cielo para la sola gloria de Cristo y de su gracia para con nosotros.
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