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Examinarnos a nosotros mismos



¿Quién puede decir: Yo he limpiado mi corazón, limpio estoy de mi pecado? (Proverbios 20:9)

Muchas religiones hablan y enseñan acerca del autoconocimiento, de que debemos examinarnos a nosotros mismos para poder alcanzar un estado de iluminación mayor. Esta enseñanza ha permeado también al cristianismo, pues existen hermanos quienes enseñan que cada día debemos examinar lo que hemos hecho para ver en qué hemos fallado y así enmendar nuestros errores delante de Dios. Quizás estos hermanos dan esta enseñanza basados en los siguientes versículos:


Examina la senda de tus pies, y todos tus caminos sean rectos. No te desvíes a la derecha ni a la izquierda; aparta tu pie del mal. (Proverbios 4.26–27)

Pero ¿será ese el sentido? Me refiero a que nosotros podemos examinarnos a nosotros mismos. Quizás en una versión más orientada al sentido bíblico y no a la traducción literal podamos tener una visión más clara de estos versos:


Traza un sendero recto para tus pies; permanece en el camino seguro. No te desvíes, evita que tus pies sigan el mal. (Proverbios 4.26–27 NTV)

Seguro hay quien piense que esta no es la mejor traducción y que nosotros sí debemos examinarnos a nosotros mismos para ver nuestras faltas y errores, pero ¿es eso lo que realmente encontramos en las escrituras?


¿Quién podrá entender sus propios errores? Líbrame de los que me son ocultos. Preserva también a tu siervo de las soberbias; que no se enseñoreen de mí; entonces seré íntegro, y estaré limpio de gran rebelión. (Salmos 19.12–13)

Acá podemos ver claramente que ninguno de nosotros puede entender los propios errores que comete, por tanto, nunca podremos ser capaces de examinarnos correctamente. Jamás podremos conocer lo que hay en nosotros para poder enmendarlo, porque solo Dios conoce todo lo que hay en nuestros corazones (Jeremías 17.9-10) Además, nosotros nunca vemos lo malo en nosotros, pero sí lo hacemos en otros y es por eso que el Señor nos dijo:


¿Y por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo? ¿O cómo dirás a tu hermano: Déjame sacar la paja de tu ojo, y he aquí la viga en el ojo tuyo? ¡Hipócrita! saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás bien para sacar la paja del ojo de tu hermano. (Mateo 7.3–5)

Mis hermanos, nosotros somos malos, en nosotros no hay nada bueno, bien dice en el libro de Job:


¿Qué cosa es el hombre para que sea limpio, y para que se justifique el nacido de mujer? He aquí, en sus santos no confía, y ni aun los cielos son limpios delante de sus ojos; ¿Cuánto menos el hombre abominable y vil, que bebe la iniquidad como agua? (Job 15.14–16)

Por eso es que nosotros debemos orar en dependencia absoluta a Dios, reconociendo nuestra incapacidad delante de él:


Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos; y ve si hay en mí camino de perversidad, y guíame en el camino eterno. (Salmos 139.23–24)

Yo entiendo que quienes enseñan sobre el autoexaminarse lo hacen con la mejor de las intenciones, pero como creyentes debemos apegarnos a las escrituras y no a lo que puede sonar útil, pues recordemos que separados de él, nada podemos hacer (Juan 15.5).


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