El que sigue la justicia y la misericordia hallará la vida, la justicia y la honra. (Proverbios 21:21)
La voluntad de Dios no siempre es lo que nosotros queremos, esperamos o pedimos; sin embargo, lo que Él desea siempre es bueno para nosotros, porque su voluntad es buena, agradable y perfecta (Romanos 12:2). Muchas veces no la entendemos y hasta nos puede parecer malo lo que nos pide, mientras otras veces, hasta parece irracional. Bien dice su Palabra: «Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos, mis caminos, dijo Jehová. Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos» (Isaías 55:8–9).
Ahora, cuando Dios nos ordena hacer algo, no es nuestra función decirle ¿Por qué Señor? E incluso, como la obediencia conlleva sumisión, ni siquiera debemos preguntar un «¿para qué?» Lo que a nosotros nos compete es simplemente callar y acatar, porque somos meros siervos (esclavos), llamados a la obediencia de la voluntad de Dios. Por ejemplo, si miramos a Abraham, este tuvo a Isaac siendo ya viejo (100 años). Y aunque Dios le prometió que de su descendencia haría una gran nación, sin embargo, Abraham no cuestionó a Dios cuando le ordenó matar a Isaac; no lo vemos preguntar: ¿por qué Dios? ¿Para qué me pides esto? Tampoco le pidió a Dios que le ayudara a entender su voluntad. Él confió en que Dios es bueno, y alguna razón tendría para pedirle algo como eso, y sabía que si mataba a su hijo, Dios lo podría resucitar (Hebreos 11:17 y 19).
Mis hermanos, cuando seamos capaces de entender que hacer la voluntad de Dios es para nuestro bien, y que al hacerla jamás nos equivocamos, recién ahí podremos apreciar el beneficio que significa a nuestras vidas el obedecer la voluntad de Dios. Así que, en vez de cuestionarla, por qué mejor no la acatamos, pues es lo que le agrada a nuestro Dios e irá en franco beneficio para nosotros.