Es necesario que él crezca, pero que yo mengüe. (Juan 3:30)
Dos pequeños árboles crecían juntos, y debido al efecto del viento, se cruzaban mutuamente todo el tiempo. Finalmente, las cortezas de ambos árboles terminaron por abrirse y con el tiempo terminaron fusionándose en un solo árbol. A medida que crecían, el más fuerte comenzó a absorber la vida del más débil. El más fuerte logró alcanzar la edad adulta, mientras que el más débil acabó marchitándose. Básicamente, la muerte de uno le dio la vida al otro.
Juan el bautista, hablando del Señor Jesús, dijo las palabras del versículo del encabezado: «Es necesario que él crezca, pero que yo mengüe». Cuando una persona recibe el regalo de la salvación del alma, pasa algo «parecido» a lo de los dos árboles. Pero la pregunta es: ¿Cómo está esta relación hoy en día? Me refiero a ¿quién domina en nuestras vidas, Cristo o nuestro antiguo yo por sobre Cristo? ¿Las personas logran ver más del carácter del Señor en usted o ven a su antiguo yo pecaminoso?
El apóstol Pablo dijo: «Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí» (Gálatas 2:20). ¿Podemos nosotros decir lo mismo? Es una pregunta que debemos hacernos cada día con honestidad. Ciertamente podemos tratar de engañar a otras personas, a quienes nos rodean, a los hermanos de la iglesia local, pero a quien no podemos engañar es a Dios.
Mis hermanos, nuestra meta debe ser la misma del Juan el Bautista, tener el mismo deseo en el corazón: «Es necesario que él crezca, pero que yo mengüe».
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