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Episodio #74: Limpieza de corazón (Bienaventuranza #6)



 

Nota: Esta es la transcripción de un episodio del podcast Edificados en Cristo. Para escuchar el episodio del podcast hacer click aquí.

 

¡Sean muy bienvenidos al episodio número 74 del podcast y al sexto de la serie de las bienaventuranzas! En el episodio de hoy hablaré acerca de la limpieza de corazón. Que como saben, es parte de la serie de las bienaventuranzas que dijo el Señor Jesús en el sermón del monte.


Están escuchando Edificados en Cristo y mi nombre es Alexis. Este podcast tiene como objetivo que profundicemos en la Palabra de Dios, que conozcamos más del Señor y que descubramos cómo podemos edificar nuestras vidas sobre la Roca que es Cristo, el Señor.


Como primera cosa, quiero decir que quizás esta sea la bienaventuranza más difícil de todas. Y fue precisamente por lo mismo que me tardé casi dos semanas en preparar el tema. Pero ya sin más preámbulos ¡comencemos!


Dijo el Señor Jesús: Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios. (Mateo 5.8 RVR60)


Decía que quizás esta sea la más difícil de todas las bienaventuranzas, porque todo designio del pensamientos de nuestros corazones es de continuo solamente el mal (Génesis 6.5). Y porque el corazón humano es lo más engañoso que hay, y extremadamente perverso dicen las escrituras en Jeremías 17.9.


Bueno, como es mi costumbre, quiero comenzar con la definición de la palabra limpio. Varias veces he citado a William Barclay en su libro Palabras griegas del Nuevo Testamento, su uso y su significado. Dicho autor nos explica que la palabra usada en el original griego es katharós (καθαρός), y significa puro, libre de toda mancha y mezcla del mal. Y él dice que este Bienaventurados los de limpio corazón podría traducirse de la siguiente manera:


«Bienaventurados son aquellos cuyos móviles no tienen mezcla alguna, cuyos pensamientos son absolutamente sinceros, aquellos que son completamente ingenuos».


Y agrega: «¡Qué llamamiento al autoexamen hay aquí! Esta es la bienaventuranza más exigente de todas. Cuando examinamos nuestros móviles con honestidad, nos sentimos humillados, porque encontrar un móvil sin mezcla alguna es lo más raro del mundo. Pero la bienaventuranza es para el hombre cuyos motivos son tan puros como el agua clara, y cuya ingenuidad le induce a hacer todo como si fuera para Dios. He aquí el modelo por el cual esta palabra, katharos, y esta bienaventuranza, exigen que nos rijamos».


Por otra parte, la palabra corazón en las escrituras, comunica más que el órgano que bombea sangre a todo nuestro cuerpo. A decir verdad, no podré describir completamente lo que abarca el corazón en las escrituras, porque eso ha dado tema para un sin de sermones y libros. Pero trataré de abarcar lo más que pueda, explicándolo de manera general, sin entrar en muchos detalles.


En su Palabra, el término corazón es empleado para expresar ideas espirituales y también se usa de manera figurativa. El Nuevo diccionario bíblico ilustrado de Ventura, dice que el corazón es a menudo mencionado en las Escrituras como el asiento de los afectos y de las pasiones, y también de la sabiduría y del entendimiento. De ahí que se lea lo del «sabio de corazón» (Pr. 16.21). Este diccionario dice que el corazón «es el centro del ser del hombre».


Literalmente hablando, el corazón es el órgano de poder de un cuerpo animal, ya que al fluir la sangre por todo el cuerpo, le irriga de vida; porque sabemos que en la sangre está la vida (Levítico 17.11). Pero cuando se emplea de manera figurada, sencillamente significa el centro de las cosas, el motivo principal de acción, la fuente de la influencia que mueve al hombre y a la mujer. Ya que un hombre hará y/o dirá según lo que hay en su corazón. Que es un principio que nos enseñó el Señor Jesús. Él nos dijo que el estado interno del corazón se muestra a través de las acciones externas de una persona; porque, como bien dijo, «el árbol se conoce por sus frutos» (Mateo 7.16). Aunque claro, el moralista cultivará únicamente lo externo, descuidando lo más importante, es decir, su corazón. Esa fue la enseñanza central del Señor cuando nos instó a mantener el corazón recto; para que la vida exterior se corresponda con la interior, así como tan naturalmente el fruto se corresponde al árbol, porque un peral no produce naranjas o una vid no da tomates. En otras palabras, el corazón es el asiento de la verdadera pureza o impureza del ser humano. Por eso nos dice su Palabra:


A un árbol se le identifica por su fruto. Si el árbol es bueno, su fruto será bueno. Si el árbol es malo, su fruto será malo. (Mateo 12.33 NTV)


Aquí el Señor Jesús expone el tema con gran énfasis. Un buen árbol da buenos frutos; mientras que el árbol corrupto da frutos corruptos. Esta es una verdad cierta que no puede ser alterada, por más que el hombre trate de demostrar lo contrario, me refiero a que lo que hay en el corazón. Las religiones y la filosofía del mundo, nos han mostrado a lo largo de los siglos, que cualquiera puede «reformar» su actitud o sus modales, pero eso no cambia lo que hay en el corazón de la persona. Y es más, un hombre puede reformarse a sí mismo en el exterior, pero solo Dios puede salvarlo y cambiarlo en su interior. Y la salvación implica un cambio radical de carácter y naturaleza, esto es, que de ser malo pasa a ser bueno.


Otra cosa importante que nos enseñan las escrituras, es que nuestro corazón es un tesoro, uno que debe ser muy bien protegido por nosotros. Por eso dicen las escrituras:


Cuida tu corazón más que otra cosa, porque él es la fuente de la vida (Proverbios 4.23 RVC).


Por decirlo de una forma gráfica, el corazón es como un manantial del que brotan los arroyos que forman la suma total de una vida humana. Así que, si la fuente se mantiene pura, los arroyos también serán puros. Por eso la exhortación de Dios a cuidar el corazón con toda diligencia. Y es precisamente nuestro corazón lo que Dios desea de nosotros, por eso dice:


Dame, hijo mío, tu corazón, y miren tus ojos por mis caminos. (Proverbios 23.26 RVR60)


Cuando leemos los evangelios, nos podemos dar cuenta que una y otra vez, el centro de atención del Señor es el corazón del ser humano. Todo el evangelio que predicó el Señor Jesús gira entorno al corazón del hombre, todo el énfasis está puesto sobre el corazón, porque Dios desea nuestro corazón. Ya profundizaré un poco más en esto más adelante.


Entonces para continuar, he hablado de lo que significa la palabra limpio y en términos muy generales lo que es el corazón. Sin embargo, hay una pregunta que debemos plantearnos, ¿por qué debemos tener un corazón limpio? La respuesta tiene que ver con Dios y su naturaleza. Dice su Palabra:


Sino, como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir; porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo. (1 Pedro 1.15–16 RVR60)


Nuestro Dios es en su naturaleza tres veces Santo; y en palabras del puritano Thomas Watson: «Dios es el origen, el patrón y el prototipo de toda santidad».


Entonces, como mencioné al principio, la limpieza de corazón, hace referencia a la pureza, básicamente a la santidad. Por lo cual, al ser Dios un Dios Santo, demanda lo mismo de nosotros. Ahora, ¿qué tiene que ver con nuestros corazones que Él sea Santo?. Bueno, dice en el libro del profeta Habacuc, muy limpios son tus ojos para mirar el mal (Habacuc 1.13). ¿Y qué es lo que mira Dios de nosotros? Dios mira nuestros corazones; que es lo que leemos en el Antiguo Testamento; escuche: Pues Dios ve no como el hombre ve, pues el hombre mira la apariencia exterior, pero el Señor mira el corazón (1 Samuel 16.7 LBLA). Mis hermanos, no hay nada en toda la creación que esté oculto a los ojos de Dios. Todo está desnudo y expuesto ante sus ojos (Hebreos 4.13); y es a Él a quien tendremos que rendir cuentas, conforme leemos en este mismo pasaje. Por eso es que dice su Palabra:


El Seol y el Abadón están delante del Señor, ¡cuánto más los corazones de los hombres! (Proverbios 15.11 LBLA)


De ahí que el apóstol Pedro conmine a las hermanas de las iglesias que se hallaban en las regiones de Bitinia, Ponto, Asia, Galacia y Capadocia; que adornaran su corazón y no su cuerpo. Voy a leer el pasaje, dice así:


Y que vuestro adorno no sea externo: peinados ostentosos, joyas de oro o vestidos lujosos, sino que sea el yo interno, con el adorno incorruptible de un espíritu tierno y sereno, lo cual es precioso delante de Dios. (1 Pedro 3.3–4 LBLA)


Entonces, recapitulando. Debemos ser puros de corazón, debido a la santidad de Dios. Para que así Él pueda mirar nuestros corazones y no tenga que alejar su mirada asqueado del pecado que pudiera hallar en ellos. Thomas Watson en su libro El puro de corazón dice que la verdad es que haría monstruoso a Cristo si la cabeza fuera pura y el resto del cuerpo con sus miembros no lo fuera. Lo que quiere decir este autor es que Dios es Santo, por lo tanto, el Señor Jesús, que es la cabeza de la iglesia (Efesios 5.23) es Santo, pero si nosotros no somos santos como Él, haríamos que su cuerpo se viera –como dice el autor–, monstruoso.


Si bien, el Señor expresó que la limpieza o pureza de corazón son una bendición con la promesa de ver a Dios; no obstante, y según lo que encontramos en las escrituras, también es el requisito para ver a Dios. Escuche:


¿Quién subirá al monte del Señor? ¿Y quién podrá estar en su lugar santo? El de manos limpias y corazón puro; el que no ha alzado su alma a la falsedad, ni jurado con engaño. Ese recibirá bendición del Señor, y justicia del Dios de su salvación. Tal es la generación de los que le buscan, de los que buscan tu rostro, como Jacob. (Selah) (Salmos 24.3‭–‬6 LBLA)


Esta es la misma idea expresada en Hebreos 12.14 donde dice: Esfuércense por vivir en paz con todos y procuren llevar una vida santa, porque los que no son santos no verán al Señor. Además de lo anterior, nosotros debemos mantener puros nuestros corazones porque ellos son el asiento o el lugar donde mora el Señor Jesús. Él toma el corazón de sus redimidos y lo hace su propia morada, así lo podemos leer en Efesios 3.17 que dice: Entonces Cristo habitará en el corazón de ustedes a medida que confíen en él. Echarán raíces profundas en el amor de Dios, y ellas los mantendrán fuertes.


Por lo tanto, si nuestros corazones son el lugar donde habita el Señor, este debe ser un lugar inmaculado, puro y santo. Mis hermanos, Él es Rey de reyes, y el palacio de un rey debe mantenerse libre de contaminación, especialmente su trono. Y si lo pensamos bien, ¡cuán santo debería ser ese lugar! Porque si nuestros cuerpos son el templo del Espíritu Santo (1 Corintios 6.19); el corazón sería el lugar santísimo. Y es por eso que todo el evangelio que predicó el Señor Jesús gira entorno al corazón del hombre, todo el énfasis está puesto sobre el corazón, porque es el lugar que Él usa para morar con nosotros.


Y ya que hablo del evangelio del Señor Jesús, acá quiero hacer una gran diferencia, porque la santidad y la moralidad no son lo mismo. Digo esto, porque nuestro Señor hizo aquel hincapié en cuanto a los fariseos y otros religiosos de la época. La gran queja del Señor hacia estos religiosos fue precisamente que ellos se interesaban y ponían todos sus esfuerzos en lo externo, en verse bien a los ojos de los hombres; limpiaban lo fuera del vaso y del plato, pero lo interno era completamente ignorado. Esa es la moralidad, mis hermanos; es decir, ocuparnos de cómo nos vemos a los ojos de los demás, descuidando lo interno. El Señor les dijo que por fuera se veían impecables, pero por dentro estaban llenos de maldad, inmundicia y toda clase de rapacidad (para más detalles pueden leer en Mateo 23.1-36). Ellos, los religiosos, estaban preocupados por los mandatos externos de la religión; pero se olvidaron de los asuntos más importantes de la ley, como bien les dijo el Señor:


¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque diezmáis la menta y el eneldo y el comino, y dejáis lo más importante de la ley: la justicia, la misericordia y la fe. Esto era necesario hacer, sin dejar de hacer aquello. (Mateo 23.23 RVR60)


Un punto importante a destacar, es que el Señor pone su énfasis en el corazón y no en la cabeza. Por qué digo esto se preguntará alguien, pues porque lamentablemente, muchos hermanos se olvidaron del corazón y se centraron únicamente en el cerebro. Pero vemos que nuestro Señor no elogia a los intelectuales; sino que su interés está únicamente en el corazón. En otras palabras, tenemos que recordarnos a nosotros mismos que la fe cristiana, en última instancia, no es solo una cuestión de doctrina, entendimiento o intelecto, sino que es una condición del corazón.


Por favor, no se equivoquen ni me malinterpreten, la doctrina es absolutamente esencial y no puede ser dejada de lado; asimismo, la comprensión de las escrituras es vital. Y estos son procesos intelectuales. Pero siempre debemos tener cuidado de no dar importancia solo a lo intelectual de la fe o a un número dado de proposiciones. Vuelvo a repetir, sí, tenemos que hacer eso, es necesario que lo hagamos, me refiero a la doctrina y al conocimiento intelectual de las escrituras; pero el peligro está en que nos centremos solo en lo intelectual y olvidemos al corazón.


Cuando la gente ha tenido un interés meramente intelectual en estos asuntos, muchas veces han sido una maldición para la Iglesia. Esto se aplica no solo a la doctrina y la teología, sino que habla de aquellos que pueden tener un interés puramente mecánico en la Palabra de Dios, de modo que el simple hecho de ser un estudiante de la Biblia no significa que todo esté bien. Porque aquellos que están únicamente interesados ​​en la mecánica de la exposición no están en mejor posición que los teólogos puramente académicos. Por eso decía que nuestro Señor nos enseñó que su Palabra y en especial el evangelio, no es esencialmente un asunto de la cabeza, sino del corazón.


Ahora, volviendo a lo de la moralidad versus la santidad, vemos el énfasis correcto dado por el Señor. La santidad no es externa, no se es santo y puro de corazón para ser vistos de los demás, sino para ser vistos por Dios. Mis hermanos, vuelvo a reiterar que el corazón en las Escrituras es el centro del ser y la personalidad del hombre; es la fuente de la que proviene todo lo demás. Incluye la mente, la voluntad y el corazón. Es el hombre total; y eso es lo que nuestro Señor enfatiza. «Bienaventurados los de limpio corazón». No dice «bienaventurados los que parecen santos o se ven justos»; ¡No! No es lo que dice. El Señor dice, bienaventurados los que son puros, no solo en la superficie, sino en el centro de su ser y en la fuente de todas sus actividades.


Aunque como seres humanos tenemos un serio problema, y es que nuestro corazón es, por así decirlo, el asiento, el origen de todos nuestros problemas. Bien dijo el Señor:


Lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre. Porque de adentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, avaricias, maldades, engaños, sensualidad, envidia, calumnia, orgullo e insensatez. Todas estas maldades de adentro salen, y contaminan al hombre. (Marcos 7.20–23 LBLA)


La terrible y trágica falacia de los últimos cien años ha sido pensar que todos los problemas del hombre se deben a su entorno, y que para cambiar al hombre basta solo con cambiar su entorno. Y que hoy en día se ha agravado aún más, por ejemplo, con lo de la mentira transgénero. Le prometen a las personas confundidas con su sexualidad que si cambian el exterior de su cuerpo a través de medicamentos y cirugías costosas se sentirán bien, en paz y por fin estarán conformes con su sexo. Pero del mismo modo que cuando cambiamos nuestras maneras externas, «reformándonos» a nosotros mismos en el exterior, el interior queda sin cambios. Y como ya dije, solo Dios puede hacer cambios en el interior.


Por cierto, dije que es una falacia pensar en que cambiando el entorno, se acaban los problemas del ser humano, porque fue en un entorno perfecto donde el ser humano se equivocó, hizo el mal y pecó por primera vez. Por lo tanto, poner al hombre en un entorno perfecto no puede resolver sus problemas, porque no tiene que ver con en el entorno, sino con lo interno, como dijo el Señor. Así que, los problemas del hombre, en otras palabras, están en el centro mismo de su ser, de modo que el mero desarrollo de su intelecto no va a resolver sus problemas; así como tampoco que se vista de moralidad o modifique lo que lo rodea. Y todos deberíamos ser conscientes de que la educación por sí sola no hace bueno al hombre; porque un hombre puede ser muy educado y, sin embargo, ser una persona absolutamente malvada. Usando un término matemático, A, no implica B. Esto es, que alguien tenga estudios superiores, tenga modales refinados, o sea rico no le hace bueno inmediatamente. No, porque el problema subyace en el corazón podrido que tenemos gracias al pecado que hemos heredado de nuestros padres.


Y como seres humanos (aunque no dudo que hay influencia de Satanás en esto), tendemos a pensar que necesitamos probar algo de saber como es. Pero con relación a esto de la santidad no es necesario conocer la maldad o experimentar el pecado para saber lo que es la santidad. Moody en su libro Doscientas anécdotas e ilustraciones, dice lo siguiente:


Hay jóvenes que afirman que es necesario practicar lo bueno y lo malo. ¡Qué tontería! Porque no es necesario que yo meta la mano en el fuego para saber si quema.


Un barco había encallado en el río Mississippi, y el capitán no podía zafarlo. Por fin llegó un joven que le dijo: —Capitán, tengo entendido que usted necesita un piloto que lo saque de este apuro. —Así es. ¿Usted es piloto? —Sí, señor.

—¿Conoce usted todos los peligros, y los bancos de arena? —No, señor. —Entonces, ¿cómo piensa sacarnos de aquí si no sabe dónde están? —Es que sé donde no están, señor Capitán.


Tal como en esta ilustración, no necesitamos probar los pecados y el mundo para saber lo que es malo. Digo esto especialmente para aquellos hermanos jóvenes que me pudieran estar escuchando.


Ahora, pasemos a la parte que es la más importante de todas, ¿cómo conseguimos un corazón limpio? Y no, no tiene que ver con encerrarse en un claustro o apartarse del mundo de manera literal, yéndonos a vivir a un lugar desolado para estar a solas con Dios sin los contaminantes de este mundo. No, nada de eso. Pues como ya vimos, podemos intentar limpiar nuestro corazón a través de la modificación de lo externo, pero al final será tan negro como al principio, y quizás más negro de lo que era antes. Es solo Dios quien puede hacerlo y, gracias sean dadas a Dios, Él ha prometido hacerlo. De ahí que David dijera:


Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí. (Salmos 51.10 RVR60)


Ya hemos visto que como seres humanos, somos absolutamente impotentes e inútiles para alcanzar la santidad, ya que esto implica un cambio de corazón. Entonces, es Dios quien debe hacer el cambio en nuestros corazones. Tal como dice David en el versículo que recién cité. Versículo que por cierto, deberíamos usar a diario en nuestras oraciones.


La verdad, es que nosotros debemos ponernos bajo la lupa del Señor para que Él haga el cambio. Por eso dice su Palabra: Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos; y ve si hay en mí camino de perversidad, y guíame en el camino eterno (Salmos 139.23–24 RVR60).


Nuestra dependencia a Dios debe ser absoluta; como bien lo dijo el Señor, debemos hacernos como niños pequeños, como bebés para poder entrar al reino de los cielos (Mateo 18.3); porque un bebé depende enteramente de sus padres para todo. Además, necesitamos reconocer que no podemos alcanzar el estándar de santidad que Él demanda, pues nos es absolutamente imposible conseguirlo por nuestras propias fuerzas, como ya lo he dicho. Por lo tanto, debe ser Él quien cambie el corazón que tenemos. Porque, si bien, al momento de creer nos dio vida y nos proveyó de un nuevo corazón (Ezequiel 36.26); sin embargo, aún seguimos dentro de un cuerpo pecador. Es como si a un automóvil viejo que funcionaba con algún motor de combustible fósil, con la carrocería oxidada, los asientos maltrechos; sin puertas y sin parabrisas; le pusiéramos un motor que funciona con hidrógeno, que no contamina, pues en su combustión solo produce vapor de agua. Claro, el motor es nuevo, puede mover ese carro, pero todo el resto de aquel automóvil está viciado, dañado y no es compatible con el nuevo motor.


Del mismo modo somos nosotros, tenemos un corazón nuevo en un cuerpo que no es compatible con el mismo, porque son de diferente naturaleza. Y como le decía Pablo a los romanos, nuestra carne siempre quiere hacer su propia voluntad. Escuche:


Porque lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago. Y si lo que no quiero, esto hago, apruebo que la ley es buena. De manera que ya no soy yo quien hace aquello, sino el pecado que mora en mí. Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo. Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago. Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí. Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí. Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros. ¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte? (Romanos 7.15–24 RVR60)


Esto ocurre, porque nuestro corazón está dividido. Esto lo podemos leer en la epístola de Santiago, que dice lo siguiente: Lávense las manos, pecadores; purifiquen su corazón, porque su lealtad está dividida entre Dios y el mundo (Santiago 4.8 NTV).


Esto mismo era lo que le pasaba al pueblo de Israel en los tiempos del profeta Elías, por eso les dijo:


«¿Hasta cuándo van a estar titubeando entre dos sentimientos? Si el Señor es Dios, síganlo a él; pero si piensan que Baal es Dios, entonces vayan tras él». (1 Reyes 18.21 RVC)


Mis hermanos, sabemos que es imposible que podamos servir a Dios y a otros señor, porque el Señor Jesús nos dijo que o amamos a uno y aborrecemos al otro, o aborrecemos a uno y amamos al otro (Mateo 6.24). De ahí que es tan necesario seguir lo que nos dice Dios: Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros (Colosenses 3.5 RVR60). Porque bien nos dice Dios en su Palabra: Y todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro (1 Juan 3.3 RVR60).


Entonces, hemos visto que debemos pedirle a Dios que nos dé un corazón limpio, porque nos es imposible ser santos y puros en nuestros corazones por nuestros medios; y también hemos visto que ese corazón nos lleva al mal. No obstante, esto no es una excusa para que pequemos y nos dejemos llevar por el mal de nuestra naturaleza caída, porque con tal (dirá alguno) «no podemos tener un corazón limpio por nuestras propias fuerzas y por lo tanto, debemos seguir el pecado». Nada más lejos de la verdad.


Por así decirlo, esto de la pureza de corazón es 50/50. Es decir, Dios hace su parte, pero nosotros también tenemos que hacer la nuestra. Por ejemplo, en Proverbios 4.23 cuando Dios nos dice que guardemos nuestro corazón, porque de él brota la vida, en los versículos que le siguen, se nos dice qué debemos hacer para conseguir obedecer tal mandato. Escuche:


Evita toda expresión perversa; aléjate de las palabras corruptas. Mira hacia adelante y fija los ojos en lo que está frente a ti. Traza un sendero recto para tus pies; permanece en el camino seguro. No te desvíes, evita que tus pies sigan el mal. (Proverbios 4.24–27 NTV)


Quizás alguien diga, ¿pero cómo haré todo eso si mi naturaleza pecaminosa me lleva a pecar siempre y solo quiere hacer el mal? Bueno, ahí está lo maravilloso de Dios, que nos dio formas de lograrlo con su ayuda. Son, principalmente, tres cosas:


  1. Su Espíritu Santo. Él no deja que pequemos o que hagamos lo que la carne quiere. Escuche: Digo, pues: Vivan según el Espíritu, y no satisfagan los deseos de la carne. Porque el deseo de la carne se opone al Espíritu, y el del Espíritu se opone a la carne; y éstos se oponen entre sí para que ustedes no hagan lo que quisieran hacer (Gálatas 5.16–17 RVC).


  1. Dios nos da de su poder. Para que podamos combatir a los deseos pecaminosos, Dios nos ha provisto de su poder y lo ha dejado morando en nosotros. Escuche: Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio. (2 Timoteo 1.7 LBLA).


  1. Dios hace que deseemos hacer su voluntad. Además de lo anterior, Él nos ayuda poniendo en nuestros corazones que sintamos el deseo y que hagamos las cosas que están conformes a su voluntad. Escuche: Porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad (Filipenses 2.13 RVR60)


Otra de las cosas que nosotros como creyentes debemos hacer, es acercarnos a Dios; esto es, estar cerca de Él de manera diaria a través de la oración, la lectura y la meditación de su Palabra. Si no lo hacemos, Dios se mantendrá a la distancia, pues eso nos dice su Palabra. Escuche: Acérquense a Dios, y Dios se acercará a ustedes (Santiago 4.8 NTV).


Y ya para concluir; espero, mis hermanos, que todas estas palabras caigan en un buen terreno y que den fruto, porque esto es un reflejo de que tienen un corazón limpio, pues bien dijo el Señor: Mas la que cayó en buena tierra, éstos son los que con corazón bueno y recto retienen la palabra oída, y dan fruto con perseverancia (Lucas 8.15 RVR60). Porque recordemos que la santidad de un corazón puro, es una condición de ser sin mezcla; ya que «Dios es luz, y no hay tinieblas en él» (1 Juan 1.5). Por lo tanto, en el ámbito espiritual, no se puede mezclar la luz y la oscuridad; no se puede mezclar a Cristo con Belial. Porque no hay conexión entre ellos. Por lo tanto, obviamente, solo aquellos que son santos y puros de corazón como Él pueden ver a Dios y estar en su presencia.


Y si carecemos de un corazón limpio como el que nos demanda Dios, pidámosle que nos cambie el que ya tenemos, para que así el Señor pueda morar en nuestros corazones. Hagamos esto sin temor, porque bien dice su Palabra:


Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro. (Hebreos 4.16 RVR60)


Que mi buen Dios les bendiga cada día y siempre.




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