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  • Foto del escritorAlexis Sazo

Episodio #70 La promesa de consolación



 

Nota: Esta es la transcripción de un episodio del podcast Edificados en Cristo. Para escuchar el episodio del podcast hacer click aquí.

 

¡Sean todos muy bienvenidos a un nuevo episodio más en su podcast, Edificados en Cristo! Mi nombre es Alexis. Y el día de hoy, les traigo un episodio titulado: La promesa de consolación. Pero antes, demos paso a la intro y los veo enseguida.

Siguiendo con la serie de las bienaventuranzas, en este segundo episodio hablaré sobre las aflicciones y el consuelo que Dios nos provee. Dice la Palabra de Dios:

Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación. (Mateo 5.4 RVR60)

La palabra original que en nuestras Biblias aparece como «llorar», es penthéō (πενθέω) y significa: llorar, lamentarse. En general, estar tristes y afligidos.

No sé si usted se habrá preguntado porqué lloramos. Investigando sobre la fisiología del llanto, encontré varias cosas interesantes que me gustaría compartir con ustedes. Lo primero y lo más importante es que el llanto es una expresión emocional típicamente humana. Encontré, también que el llanto lo definían como una respuesta de todo el organismo en su complejidad fisiológica, cognitiva y socioemocional.

Otra de las cosas que encontré, es que los científicos han determinado que el llanto es un antídoto contra el estrés y la ansiedad, e incluso previene la depresión.

Según demostró William H. Frey, bioquímico en el Centro Médico St. Paul-Ramsey de Minnesota, las lágrimas emocionales que derramamos ante una situación dramática propia o ajena arrastran consigo fuera del cuerpo una buena dosis de cloruro de potasio y manganeso, endorfinas, prolactina, adenocorticotropina y leucina-encefalina, el cual es un analgésico natural.

¿Qué quiere decir todo eso? Según lo que leí, se trata de un «cóctel químico» muy emocional, ya que la alta concentración de manganeso en el cerebro se ha asociado con la depresión crónica, la leucina-encefalina, como ya dije, funciona como un analgésico natural y la adenocorticotropina está ligada al estrés y la ansiedad. En definitiva, la finalidad del llanto, tanto si se trata de un simple sollozo como si estamos, como decimos acá en Chile, «llorando a moco tendido», es expulsar una parte de las sustancias estresantes que dañan al organismo.

Que derramemos lágrimas de felicidad también tiene sentido desde el punto de vista científico. Oriana Arago, de la Universidad de Yale, ha demostrado que llorar cuando nos reunimos con seres queridos o nos emocionamos por el nacimiento de un bebé nos ayuda a atenuar y moderar las emociones intensas muy rápido y para hacer que dicha emoción que nos embarga, no nos abrume tanto que nos impida mantener el mínimo autocontrol.

Otra cosa interesante que encontré fue que los seres humanos contamos con tres tipos diferentes de lágrimas, todas con diferentes propósitos.

Primero están las lágrimas basales, que son las lágrimas constantes que evitan que nuestros ojos se resequen. El cuerpo humano produce un promedio de 140 a 280 cc de lágrimas basales cada día, las que se drenan a través de la cavidad nasal; que es la razón por la cual nos moquea la nariz cuando lloramos.

El segundo tipo son las lágrimas reflejas, que sirven para proteger el ojo humano de irritantes fuertes como el humo, las cebollas o incluso un viento fuerte cargado de polvo. Para lograr esto, los nervios sensoriales de la córnea comunican esta irritación al tallo cerebral, que a su vez envía hormonas a las glándulas de los párpados. Estas hormonas hacen que los ojos produzcan lágrimas, librándolos efectivamente de la sustancia irritante.

El tercer tipo de lágrimas son las lágrimas emocionales. Todo comienza en el cerebro donde se registra la tristeza. Luego, el sistema endocrino se activa para liberar hormonas en el área ocular, lo que luego hace que se formen lágrimas. Las lágrimas emocionales son comunes cuando sufrimos la pérdida de un ser amado o cuando vemos una película con escenas tristes.

Pero volviendo a las palabras del Señor Jesús, estamos más que claro que Él estaba hablando de estas últimas lágrimas, es decir, las lágrimas emocionales, ya que la promesa que hizo es para aquellos que lloran. Y como vimos la semana pasada sobre la palabra bienaventurado, esta era makarios, la cual transmite la idea de ser especialmente favorecido: «bendecido o privilegiado» de parte de Dios. Pero ¿por qué es una bendición o un privilegio sufrir en este mundo?


Primero que todo, porque frente al llanto, la aflicción o la perdida, el ser humano está «obligado» a recapacitar, al menos en su propio dolor. Aunque es cierto que esto nos puede llevar a caminos oscuros, dado que si se hace un pensamiento recurrente y continuo en el tiempo puede gatillar una depresión. Aunque, es cierto que a Dios le agrada que sus criaturas piensen en el futuro de sus almas, pues bien dice su Palabra:


Mejor es ir a una casa de luto que ir a una casa de banquete, porque aquello es el fin de todo hombre, y al que vive lo hará reflexionar en su corazón. El corazón de los sabios está en la casa del luto, mientras que el corazón de los necios está en la casa del placer. (Eclesiastés 7.2–4 LBLA)


C. S. Lewis dijo: —«Dios nos susurra en nuestros placeres, nos habla en nuestra conciencia, pero nos grita en nuestro dolor; el dolor es su megáfono para despertar a un mundo sordo».


Es que Dios a veces tiene que literalmente gritarnos para que recapacitemos y pensemos que un día todos tendremos que partir de este mundo. Porque claro, el maligno se ha encargado de no solo mantener a la gente muy ocupada con sus trabajos y sus familias, sino que además ha creado un sinnúmero de otras distracciones como el celular, las redes sociales, netflix, el cine, los juegos de video, la pornografía, etc. De esta forma, el ser humano no tiene «tiempo para pensar» y es por eso que Dios debe usar el dolor y el sufrimiento para hablarle al ser humano.


Aunque, no es con los inconversos con los únicos que hace este tipo de llamado, sino que lo hace con nosotros también, me refiero a aquellos que somos sus hijos. Por ejemplo, tenemos el ejemplo de Job, a quien Dios le hizo pasar por duros momentos para que saliera a la luz que él se creía más justo que Dios, por eso es que le dijo: ¿Anularás realmente mi juicio? ¿Me condenarás para justificarte tú? (Job 40.8 LBLA).


Cuando Dios nos hace pasar por momentos difíciles, no necesariamente es porque nos está disciplinando, aunque si así lo hiciera, en este mismo libro de Job se nos dice que es una bienaventuranza también. Escuche:


He aquí, cuán bienaventurado es el hombre a quien Dios reprende; no desprecies, pues, la disciplina del Todopoderoso. Porque Él inflige dolor, y da alivio; Él hiere, y sus manos también sanan. (Job 5.17–18 LBLA)


Pero volviendo al tema del llanto y el sufrimiento, llorar no es malo, pues es parte de nuestra naturaleza humana, como dije al principio. Pues el Señor nos creó con sentimientos y aun quien cree que vive en una exuberante felicidad, gozo y plenitud constantes en este mundo o, se miente a sí mismo, o vive en una de las tantas burbujas en las que la sociedad actual, marcada por el hedonismo, atrapa a sus miembros. No obstante, y por difícil que parezca, existen hermanos que consideran que llorar o lamentarse es casi que un signo de debilidad. Con relación a esto F. B. Meyer, en su libro llamado Abraham, dice lo siguiente:


—«La Biblia nunca condena la aflicción. Las lágrimas son valiosas; pues son los mecanismos de alivio dados por Dios.


Hay algunos que toman las lágrimas como no varoniles, insumisas y no cristianas. Nos consuelan con un estoicismo frío y santurrón; exigiéndonos que le hagamos frente a los pasajes más agitados de nuestra historia con un semblante rígido y sin lágrimas.


Aunque es cierto que no tenemos simpatía con un sentimentalismo mórbido; pero haremos bien en cuestionar si el hombre que no puede llorar, puede realmente amar; porque la tristeza es amor y donde está presente, su expresión más natural son las lágrimas. La religión no viene para hacernos no naturales e inhumanos, sino para purificarnos y ennoblecer todas esas emociones naturales con que ha sido dotada nuestra multiforme naturaleza.


Jesús lloró; Pedro lloró; los ancianos de la iglesia de Éfeso lloraron sobre el cuello del apóstol Pablo, cuyo rostro posiblemente no volverían a ver. Cuando lloramos, Cristo está junto a cada uno, diciendo: —«Llora, hijo mío, llora; porque yo también he llorado».


Las lágrimas alivian al cerebro que arde como un chubasco de nubes con relámpagos. Las lágrimas descargan la insoportable agonía del corazón, puesto que el desbordamiento de ellas reduce la presión que sentimos, tal como un aluvión lo hace con una represa. Las lágrimas son el material del cual el cielo teje su más brillante arcoíris».


Lo que dice este hermano es muy cierto, ya que nuestro Señor Jesús no nos enseña en ninguno de los evangelios a evitar o negar el sufrimiento. Es más, Él nos dejó la advertencia de: «en el mundo tendréis aflicción» (Juan 16.33). Y como mencionaba el autor recién citado, incluso en el llanto y la aflicción, nuestro Señor nos dejó ejemplo, el cual vemos cuando murió Lázaro y especialmente en la cruz del Calvario.


Tenemos que hacer una distinción en esto de sufrir, porque una cosa es sufrir sin más y otra muy diferente es sufrir teniendo esperanza. Y ahora que digo esto, una vez leí que el ser humano es capaz de soportar mucho dolor y sufrimiento, siempre y cuando tenga esperanzas.


Demás está decir que a nadie le gusta sufrir, pero tal como mencioné recién, en este mundo tendremos aflicciones. Sin embargo, ¿cómo las afrontamos cuando estas se nos presentan? Porque como creyentes que somos, no podemos andar amargados por la vida, ya que tenemos el mandamiento de estar siempre gozosos (1 Tesalonicenses 5.16).


Quizás las palabras de Felipe Neri, un religioso italiano del siglo XIV que sufría tremendos dolores a causa de su enfermedad, son interesantes de escuchar. Un día alguien le preguntó cómo era posible para él soportar tanto sufrimiento y estar de tan buen humor, él contestó: —«Es que no cargo sobre mis hombros más que el peso del momento presente. La carga de los días pasados la dejé en el cuarto del olvido para no volverla a recordar más. El peso de los miedos futuros lo dejo en manos del buen Dios. Solamente cargo sobre mí el peso de las doce horas de hoy. Y estas sí soy capaz de llevarlas con paciencia y alegría, y hasta a veces de buen humor».


Por eso es que el Señor nos dijo: Así que, no os afanéis por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su afán. Basta a cada día su propio mal. (Mateo 6.34 RVR60). Sin embargo, a diferencia de este religioso, nosotros tendemos a quejarnos mucho cuando estamos sufriendo. Es más, nos parece imposible decir algo como lo que dijo Job: ¿Qué? ¿Recibiremos de Dios el bien, y el mal no lo recibiremos? (Job 2.10 RVR60). Lo único que hacemos los creyentes es quejarnos cuando el alfarero nos está moldeando.


¿Cuántas veces no le decimos a Dios por qué, Señor, por qué? Mientras le reclamamos por la difícil situación en la que estamos viviendo. ¿Y cuántas otras no rabiamos y renegamos de lo que estamos pasando? ¿Acaso no nos amargamos cuando estamos pasando por un momento difícil? Y tantas otras nos preguntamos porqué el Señor nos hace padecer; tanto así, que incluso no faltará quien cuestione si es que verdaderamente Dios lo ama. Pero permítanme explicarles algo, en el reino de Dios, antes de que una cosa pueda volverse útil, primero debe ser quebrantada.


Porque no puede haber bendición sin esfuerzo, ni cosecha sin arar. Por ejemplo, antes de que se construya la casa, el árbol debe ser derribado. Antes de que se puedan colocar los cimientos, las rocas deben ser cortadas desde la cantera donde han permanecido durante mucho tiempo en paz y tranquilidad. Antes de que el grano maduro pueda cubrir los campos, los suelos deben estar completamente arados y preparados para recibir la semilla. El arado debe haber abierto los surcos con sus dientes afilados, porque de otra forma la semilla no podrá brotar en una tierra endurecida. Y precisamente, ese fue el ejemplo del Señor, que como grano tuvo que caer en tierra para llevar fruto. Escuche:


De cierto, de cierto os digo, que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto. (Juan 12.24 RVR60)


El cuerpo de nuestro Señor tuvo que ser azotado, herido y abatido. Sí, sabemos que fue herido por nuestras rebeliones y molido por nuestros pecados. Él recibió el castigo en su cuerpo para darnos la tan anhelada paz, para que por esas llagas suyas fuésemos nosotros curados (Isaías 53.4-5). Y para aquellos que somos sus hijos, cada cosa que Dios rompe en nuestras vidas es un claro indicio que nos asegura que Él está haciendo algo útil y necesario; es un anuncio que una parte de nosotros debe morir para poder llevar fruto. Es que para poder usarnos, Dios necesita rompernos. Y más aún, para que podamos brillar en la oscuridad del mundo, necesitamos ser quebrantados. Un excelente ejemplo de esto es lo que se nos relata sobre Gedeón y su ejército de 300 hombres en el libro de Jueces.


Su Palabra nos dice que los madianitas hostigaban al pueblo de Israel y les quitaban todas sus cosechas, empobreciéndolos terriblemente (Jueces 6.3-6). Entonces, Dios llamó a Gedeón y lo encomendó a guiar a su pueblo Israel para librar a todas aquellas personas. El ejército que se reunió para la batalla era de 32 mil hombres (Jueces 7.3). Pero Dios le dijo a Gedeón que eran muchos. Así que, luego de «filtrar» al pueblo, el caudillo quedó con solo 300 hombres que eran adecuados para la tarea. Mientras que los madianitas se unieron a los amalecitas para combatir a Israel, llegando a ser tan numerosos como langostas, como la arena del mar (Jueces 7.12).


El relato bíblico nos dice que Gedeón y su ejército rodearon el campamento de los madianitas durante la noche. Y en sus manos llevaban trompetas y unos cántaros con antorchas dentro, las cuales estaban ocultas. La Palabra de Dios nos dice lo siguiente:


Y les dijo: Miradme, y haced lo mismo que yo. Y he aquí, cuando yo llegue a las afueras del campamento, como yo haga, así haréis vosotros. Cuando yo y todos los que estén conmigo toquemos la trompeta, entonces también vosotros tocaréis las trompetas alrededor de todo el campamento, y decid: “Por el Señor y por Gedeón.” Y llegó Gedeón con los cien hombres que estaban con él a las afueras del campamento, al principio de la guardia de medianoche, cuando apenas habían apostado la guardia; tocaron las trompetas y rompieron los cántaros que tenían en las manos. Cuando las tres compañías tocaron las trompetas, rompieron los cántaros, y sosteniendo las antorchas en la mano izquierda y las trompetas en la mano derecha para tocarlas, gritaron: ¡La espada del Señor y de Gedeón! (Jueces 7.17–20 LBLA)


Aquellos 300 hombres parecieron ser un inmenso ejército que se cernía sobre el campamento de los madianitas de manera sorpresiva. Dios hizo que esta acción generara tal confusión que el ejército de Madián comenzó a atacarse unos a otros, para luego darse a la fuga presos del pánico (Jueces 7.22).


Ahora, lo interesante es que los cántaros jugaron un papel importantísimo en esta victoria. Eran simples cántaros hechos de barro con antorchas encendidas dentro. Sin embargo, para que la luz brillara en aquella oscuridad, los cántaros debieron ser rotos. De no haberse hecho así, aquella victoria no habría podido ser posible. Si no hubiesen roto los cántaros, la luz jamás podría haber hecho huir a las tinieblas de aquella noche. En los cántaros no había nada que pudiera hacer una diferencia en aquella batalla, pero sí la luz que llevaban dentro; y si los cántaros estaban intactos, de nada servían, pues no cumplían el propósito para el que eran necesitados. Del mismo modo, el Espíritu Santo que mora dentro nuestro, debe brillar a través de cántaros rotos. Y mientras más grietas tiene un cántaro de barro, más brilla la luz de su interior.


¡Cuánto necesitamos ser quebrantados por Dios para poder ser usados por Él! Pero cuán a menudo nos quejamos y lamentamos de nuestra «triste realidad y condición actual». Y no nos damos cuenta que el Señor solo usa los cántaros que están rotos, aquellos que han sido quebrantados por Él; ya que únicamente después de que hemos sido quebrantados podemos ser verdaderamente útiles y brillar como Dios desea.


Mis amados hermanos, la Biblia está llena de ilustraciones que apoyan esta verdad. Una y otra vez Dios usa cosas rotas para obtener la victoria. Por ejemplo, en el Génesis se habla de una comunión rota entre Adán y Dios, pero Dios la usa para exhibir su gracia y su amor. En Éxodo habla de una ley quebrantada, pero Dios la usa para probarle al hombre su necesidad de salvación divina. En Mateo leemos acerca de los panes partidos por las manos del Señor Jesús, los cuales alimentaron a miles de personas. Mientras que en Marcos se nos habla de un techo roto que permitió a un paralítico acercarse a Jesús para ser sanado. En Lucas leemos sobre un frasco de alabastro que fue roto, el cual contenía un valiosísimo perfume derramado sobre nuestro Señor a modo de adoración y gratitud. Y en Juan leemos de un hogar roto por la muerte de uno de los integrantes de la familia, Lázaro; muerte, que por cierto, quebrantó el corazón del Señor haciéndole llorar; muerte que este usó para glorificar a su Padre. Por ejemplo, podemos ver un barco roto, cuyos pedazos ayudaron a salvar a Pablo y sus compañeros de un viaje durante una tormenta en el libro de Hechos capítulo 27. Y no podemos olvidar el cuerpo quebrantado de nuestro Señor en la cruz del Calvario. Que tal como le dijo a sus discípulos: —«Esto es mi cuerpo, que por vosotros es partido».


Quizás algunos de los que me escuchan están quebrantados, ya sea en sus cuerpos o bien en sus espíritus o tal vez en lo referente a las cosas materiales; no lo sé. Sin embargo, recordemos que hasta que el Señor Jesús no fue quebrantado, no pudo ser nuestro Salvador. Esa es la forma en que Dios hace las cosas.


Por ejemplo, si miramos en el Antiguo Testamento, específicamente en el Tabernáculo, podemos ver que algunos de los ingredientes del aceite de la unción en el tabernáculo tuvieron que ser triturados antes de ser usados, ​​porque hasta no ser triturados, su fragancia no podía influir ni ser usada para servir a Dios. Lo mismo pasaba con el incienso, hasta que no fuera triturado, no podía desprender su fragancia. Por lo tanto, hasta que Cristo no fue quebrantado, no podía ser nuestro Salvador. Porque a menos que Él, como el grano de trigo, el cual es partido y molido para hacer harina, el Señor no podía ser el Pan de Vida (Juan 6.35), sin haber sido molido por nuestros pecados.


Por lo tanto, hermanos, nosotros no podemos renegar acerca del sufrimiento que estamos padeciendo, sino que es necesario que seamos quebrantados por Dios. Y hablando sobre este tema, de renegar sobre el quebrantamiento, M. R. DeHaan, en su libro Broken Things (Cosas rotas), escribió la siguiente ilustración. Escuche:


«Un pequeño pedazo de madera, una vez se quejaba porque su dueño continuaba devastándolo, cortándolo y llenándolo de agujeros; pero el que estaba cortándolo sin ninguna contemplación, no prestaba atención a sus quejas.


El artesano estaba haciendo una flauta de ese pedazo de ébano; y era demasiado sabio como para desistir de hacerlo; aunque la madera se quejaba amargamente. Parecía decir: —“Pedacito de madera, sin estos agujeros, y sin todos estos cortes, solo serías una rama negra para siempre, nada más que un pedazo inútil de ébano. Lo que yo estoy haciendo tal vez te haga pensar que te estoy destruyendo, pero, más bien, te convertiré en una flauta; y tu dulce música encantará las almas de los hombres y confortará a muchos corazones afligidos. Mis cortes te están moldeando, porque solo así puedes ser una bendición para el mundo”».


Cuando nos negamos a aceptar la voluntad de Dios, actuamos como aquel trozo de madera. Y al igual que ese pedazo de ébano, tantas veces pensamos que Dios no nos oye, que nos ignora, que nos abandonó o que no nos ama.


Mis hermanos, la verdad es que tenemos que entender que si Cristo padeció como lo hizo; y si Él es nuestro ejemplo a seguir, es decir, a quien debemos imitar como nuestro maestro, tal como Él lo dijo: Los alumnos no son superiores a su maestro, y los esclavos no son superiores a su amo. Los alumnos deben parecerse a su maestro, y los esclavos deben parecerse a su amo. Si a mí, el amo de la casa, me han llamado príncipe de los demonios, a los miembros de mi casa los llamarán con nombres todavía peores (Mateo 10.24–25 NTV).


No podemos pensar o creer que jamás seremos tocados por los problemas, aflicciones y dificultades. Entonces, ¿por qué pensamos que nosotros no habremos de vivir de una manera semejante a Él? ¿Por qué pensamos que jamás tendremos que padecer sobre la tierra siendo creyentes? Amados, bien dijo el apóstol Juan: El que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo (1 Juan 2.6 RVR60).


Ahora que digo esto de sufrir y padecer como el Señor. Hace no mucho escuché a un varón de Dios decir que Dios no nos manda el mal, que eso es imposible, que lo malo no procede de Él. Sin embargo, eso no es lo que leemos en las escrituras, escuche:


¿Quién será aquel que diga que sucedió algo que el Señor no mandó? ¿De la boca del Altísimo no sale lo malo y lo bueno? ¿Por qué se lamenta el hombre viviente? Laméntese el hombre en su pecado. (Lamentaciones 3.37–39 RVR60)


Porque si decimos que Dios no nos manda el mal, entonces, implícitamente estamos diciendo que Él no está en control de todo. Pero lo que tenemos que entender es que con el Señor no hay calamidades; pues Dios no conoce las decepciones. Ya que Él sabe todas las cosas desde el principio; y nada de lo que sucede lo sorprende. Es que, hermanos, Él como Dios, sabiendo todo desde el principio, ha planeado que cada pieza rota en la vida de cada uno sus propios hijos, la cual encajará en algún lugar de este cuadro completo de su eterno consejo y voluntad.


Mis hermanos, algo que debemos entender en cuanto al sufrimiento, es que este nos acerca más a Dios de lo que nos puede acercar el gozo o la felicidad. Ya que es a través del consuelo divino que recibimos una cercanía especial con Dios, un conocimiento más profundo, íntimo y perdurable en el tiempo; eso sin mencionar el aprender a descansar en Él frente a todas estas aflicciones.


Por ejemplo, el Dr. R. A. Torrey, fundador del instituto bíblico de Los Ángeles, perdió a su hija de doce años en un accidente. El funeral se llevó a cabo en un día lluvioso. Y los padres estuvieron junto al sepulcro de su hijita, rodeados de seres queridos. Era un día gris y tétrico. La sra. Torrey le dijo a su esposo: —«Me alegro de que Elizabeth no esté en esa caja». Sin embargo, su aflicción se fue con ellos a casa esa noche, especialmente cuando trataban de dormir.


El Dr. Torrey se levantó por la mañana y salió a caminar para poder despejar su mente y alivianar su corazón. No obstante, una oleada de aflicción cayó sobre él mientras caminaba. La soledad y el vacío a causa de la ausencia de su hija, se sumaron a un terrible sentimiento de saber que ya no volvería a oír su risa, que nunca volvería a ver su cara aquí en la tierra y que jamás la vería crecer. «No puedo aguantarlo más», —dijo, por lo que se apoyó contra un poste y miró hacia el cielo y comenzó a orar; y esto fue lo que experimentó, según sus propias palabras: —«Y justo en ese momento, la fuente, el Espíritu Santo, a quien había tenido en mi corazón, irrumpió con tanto poder como nunca antes lo había experimentado. ¡Fue el momento más gozoso que jamás había conocido en mi vida! Fue algo glorioso e inexplicable tener dentro de mí una fuente que está siempre brotando, brotando, brotando, siempre; 365 días brotando bajo cualquier circunstancia».


Al ver este relato de vida, no pude evitar recordar las palabras del apóstol Pablo a los corintios cuando les dijo: Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación, el cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que podamos también nosotros consolar a los que están en cualquier tribulación, por medio de la consolación con que nosotros somos consolados por Dios. Porque de la manera que abundan en nosotros las aflicciones de Cristo, así abunda también por el mismo Cristo nuestra consolación. (2 Corintios 1.3–5 RVR60)


Y he aquí lo hermoso, mis hermanos, nosotros no estamos solos en este sufrimiento y dolor que podamos sentir, ya no estamos sin esperanza y sin Dios (Efesios 2.12), pues eso fue en otro tiempo. Hoy tenemos un Dios que nos consuela en todo padecimiento. Ya que el consuelo de Dios es tan hermoso y único que puede, por ejemplo, consolar el corazón de un padre de familia que perdió el trabajo; el de un soldado que perdió uno de sus miembros; el de un novio o novia que sufre porque la relación amorosa ha terminado; e incluso puede consolar a una madre que perdió a su hijo. El consuelo de Dios Padre es multiforme y exclusivo para cada caso, es decir, que no existen dos consuelos iguales, sino que su consuelo está hecho a la medida de la necesidad que tenemos.


Y así como en la experiencia del Dr. Torrey, podemos ver la maravilla de que no solo tenemos a un Dios que está a nuestro lado consolándonos, sino que además mora en nosotros y nos puede consolar de maneras que nos son maravillosas e inexplicables. Es que la invitación del Señor, no solo se limita a un simple: Vengan a mí todos los que están cansados y llevan cargas pesadas, y yo les daré descanso (Mateo 11.28 NTV); sino que va mucho más allá, pues Él dijo que este sufrimiento era una bienaventuranza, una bendición de su parte. Es que bien dice su Palabra:


Los que sembraron con lágrimas, con regocijo segarán. Irá andando y llorando el que lleva la preciosa semilla; mas volverá a venir con regocijo, trayendo sus gavillas. (Salmos 126.5–6 RVR60)


Esta es nuestra promesa futura ¡y qué promesa! Pues Dios es quien nos consolará y finalmente limpiará nuestras lágrimas. Escuche:


Porque el Cordero que está en medio del trono los pastoreará, y los guiará a fuentes de aguas de vida; y Dios enjugará toda lágrima de los ojos de ellos. (Apocalipsis 7.17 RVR60).


Hermanos, el Cordero de Dios, no nos enseña un evangelio escapista que sublime o espiritualice la realidad, sino que su enseñanza nos aterriza a la tierra, pues nos dice: No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios que te esfuerzo; siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia (Isaías 41.10 RVR60). El Señor no nos viene a contar un lindo cuento de hadas, ya que no nos dice que seremos plenamente felices en este mundo, sino que nos asegura que en este mundo habrán sufrimientos e incluso nos dice que el mundo se alegra de nuestro sufrimiento; ya que nos dijo:


De cierto, de cierto os digo, que vosotros lloraréis y lamentaréis, y el mundo se alegrará; pero, aunque vosotros estéis tristes, vuestra tristeza se convertirá en gozo. (Juan 16.20–21 RV60)


Y también le dijo el apóstol Pablo a los hermanos de las iglesias locales de Listra, Iconio y Antioquía: Es necesario que a través de muchas tribulaciones entremos en el reino de Dios (Hechos 14.22 RVR60).


Pero esto es lo hermoso, hermanos, que Dios nos regala esta bendita certeza, que un día, sin importar cuánto hayamos padecido, Él secará cada una de nuestras lágrimas derramadas; y al final, esa tristeza que podamos estar sintiendo ahora, un día se convertirá en un gozo tan indescriptible que nos hará olvidar cualquier dolor sufrido aquí en la tierra. Esto es para que un día en el cielo podamos decirle al Señor: Tú cambiaste mi duelo en alegre danza; me quitaste la ropa de luto y me vestiste de alegría, para que yo te cante alabanzas y no me quede callado. Oh Señor, mi Dios, ¡por siempre te daré gracias! (Salmos 30.11–12 NTV)


En conclusión, mis amados, tengamos siempre presente esto, que las cosas que pensamos que eran las mayores pruebas y tragedias de nuestras vidas, son la forma en que Dios nos trae algo mejor. Porque nosotros creemos que las cosas rotas son una pérdida, sin embargo, Dios las convierte en ganancias. Pensamos esto, porque en la naturaleza, las cosas rotas se desechan; en cambio en la gracia divina, Dios nunca usará a un hombre hasta que esté quebrantado.


Así que si usted, amado hermano, está sufriendo, está en un lecho de enfermedad; o si el dolor o el desaliento lo atormentan, recuerde que Dios siempre usará nuestro sufrimiento para sus propósitos. Porque nuestro sufrimiento es usado para silenciar a Satanás (Job 2.3); también nos permite glorificar a Dios; ya que nuestro sufrimiento nos hace más como Cristo (Romanos 8.29); y nos hace ser agradecidos para con Él; y, en última instancia, nuestro sufrimiento nos enseña a depender únicamente de Dios.


Que el Señor les bendiga.



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Episodio #70 La promesa de consolación
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