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  • Foto del escritorAlexis Sazo

Episodio #69 Ser pobres en espíritu




 

Nota: Esta es la transcripción de un episodio del podcast Edificados en Cristo. Para escuchar el episodio del podcast hacer click aquí.

 

¡Sean todos muy bienvenidos a un nuevo episodio más en su podcast, Edificados en Cristo! Mi nombre es Alexis. Y el día de hoy, les traigo un episodio titulado: Ser pobres en espíritu. Pero antes, demos paso a la intro y los veo enseguida.


Mis amados hermanos, este es el primer episodio de una serie que haré sobre las bienaventuranzas que el Señor Jesús pronunció en Mateo capítulo 5 entre los versos del 1 al 12.


Así que, para comenzar, me gustaría definir la palabra bienaventurado, que en su original griego es makários (μακάριος). El diccionario completo de estudio de palabras del Nuevo Testamento de Zodhiates, dice que el significado de esta palabra es:


Bendito. Poseedor del favor de Dios; ese estado de estar marcado por la plenitud de Dios. Indica el estado del creyente en Cristo. El Señor dijo esto de alguien que llega a ser partícipe de la naturaleza de Dios mediante la fe en Cristo (2 P. 1:4). El creyente es habitado por el Espíritu Santo debido a Cristo y como resultado debe estar completamente satisfecho, sin importar las circunstancias. Ser makários, o sea, ser bendecido, equivale a tener el reino de Dios en el corazón. Makários es el que está en el mundo, pero que es independiente de él; pues su satisfacción proviene de Dios y no de las circunstancias que le puedan ser o no favorables.


Aunque es cierto que la palabra makários también significa feliz, pero no es en este caso en particular; tal como se explica en el diccionario expositivo completo de palabras del Antiguo y del Nuevo Testamento de Mounce, el cual dice que hay dos significados para esta palabra makários. Escuche:


Primero, un individuo makarios es «feliz» o «afortunado» debido a las circunstancias de la vida. Pablo dice que la viuda que permanece soltera es «más feliz» permaneciendo como está (1 Co 7.40) y, en un sentido un tanto irónico, Pablo declara que es «afortunado» de hacer su defensa encadenado ante el rey Agripa (Hechos 26.2).


En segundo lugar, makarios transmite la idea de ser especialmente favorecido: «bendecido o privilegiado». Esto es particularmente cierto para el individuo que recibe el favor divino, como en las bendiciones citadas en el sermón del monte. María es proclamada «bienaventurada» porque creyó en el informe de Gabriel (Lc 1.45). Del mismo modo, los que perseveran en la prueba (Stg 1:12; 1 P. 3:14; 4:14) y los que hacen la palabra (Mt 24:46; Lc 12:43; Stg 1:25; véase también Jn. 13:17) encuentra el favor de Dios. En la mayoría de estos contextos, makarios toma la forma de un pronunciamiento. Es decir, aunque la situación actual de los que enfrentan las pruebas es difícil, se sienten animados por la perspectiva de un futuro consuelo y recompensa de Dios («bendición») y, por lo tanto, pueden afrontar el presente con valentía y esperanza.


Hago toda esta introducción, porque varias veces he escuchado a hermanos definir la palabra bienaventurado como «feliz o dichoso», quitándole la importancia y el trasfondo que tiene el ser bienaventurados de Dios. Además, como hemos visto, no es el significado correcto en este caso de lo dicho por el Señor Jesús.


Entonces, comencemos por la primera de las bienaventuranzas. Dice así la Palabra de Dios:


Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. (Mateo 5.3 RVR60)


Creo que la gran mayoría de nosotros nos hemos preguntado qué significa ser pobres en espíritu y para muchos sigue siendo un misterio. Más que seguro que a muchos les habrá pasado que se hicieron preguntas como: ¿Tiene que ver con ser pobres económicamente? ¿Se relaciona con ser humildes? ¿Cómo sé si soy pobre en espíritu?, etc.


Y aunque esta es la primera bienaventuranza, llama la atención esta declaración del Señor Jesús registrada por el evangelista Mateo, pues, ¿quién quiere ser pobre en estos días? O mas bien, reconocer su pobreza. Ya que vivimos en un mundo dominado por el consumismo desenfrenado, donde el poder adquisitivo lo es todo. Y en donde básicamente ser pobre es casi un delito en un mundo que busca erradicar la pobreza; cosa que jamás podrá ser, pues dijo el Señor: Porque a los pobres siempre los tendréis con vosotros (Juan 12.8 RVR60). Aunque tristemente debo mencionar que muchos creyentes hoy en día no desean ser pobres, sino que quieren ser iguales que el resto del mundo que tiene dinero suficiente para adquirir cuanto deseen sus corazones, y que por tanto, buscan enriquecerse en este mundo.


Continuando con la bienaventuranza; en estas simples, pero a la vez tan enigmáticas palabras, el Señor Jesús le enseña a su audiencia que la primera condición para ser benditos de Dios y llegar a ser herederos del reino de los cielos es siendo pobres en espíritu. Y cuando miramos la palabra pobre que usa el Señor, no es la imagen que tenemos habitualmente de una persona que carece de ciertos recursos económicos, o que no tiene para comprarse un automóvil o el último celular de moda, ni tampoco es aquel que necesita de ayuda del gobierno o de un alma samaritana para poder llegar a fin de mes, sino que esta pobreza no guarda relación con lo material de manera directa.


Para que podamos entender de qué nos habla el Señor, debemos mirar la palabra usada en el idioma original, la cual es ptōchós (πτωχός). Y según el diccionario completo de estudio de palabras del Nuevo Testamento de Zodhiates, dice lo siguiente: Pobre e indefenso. Alguien en abyecta pobreza, absoluta impotencia y completa indigencia.


Mientras que el diccionario expositivo completo de palabras del Antiguo y Nuevo Testamento de Mounce dice que los ptōchoi (los pobres) no solo son víctimas de situaciones económicas adversas sino que, debido a su posición vulnerable, son perseguidos y oprimidos; por lo tanto, estas personas deben tener confianza solo en Dios. Son pobres en el sentido de que son rechazados por el mundo y despreciados, y por lo tanto, buscan en Dios la vindicación final. Además, Jesús anuncia que los pobres son bienaventurados y que el reino de los cielos es de ellos (Mt. 5:3; Lc. 6:20). Esta parece ser la forma en que Santiago también se refiere a los pobres: ¿No ha elegido Dios a los pobres de este mundo, para que sean ricos en fe y herederos del reino que ha prometido a los que le aman? (Stg 2:5)


En otras palabras, podemos decir que esta pobreza de la que habla el Señor equivale a quien no tiene absolutamente nada, pero en este caso es en lo espiritual, no en lo material, como ya mencioné. Y es interesante notar que la misma palabra pobre es usada para describir a Lázaro, a quien se le llama mendigo en Lucas 19. Básicamente esa es la idea de los pobres en espíritu, los que no tienen absolutamente nada para poder sustentarse y dependen de alguien más para poder mantenerse con vida, que en este caso es Dios.


Por ejemplo, en el Antiguo Testamento el pobre era aquel que carecía de todo tipo de posesiones, que no podía alcanzar nada y, por lo tanto, dependía absolutamente de Dios para su cuidado, su liberación, su provisión y su sustento. Por eso David, refiriéndose a su propia experiencia, cuando se fingió loco delante de Abimelec; dijo:


Este pobre clamó, y el Señor le oyó, y lo salvó de todas sus angustias. (Salmos 34.6 LBLA)


Ahora, cabe señalar que el Señor Jesús no llama bienaventurados a los pobres de espíritu, sino en espíritu. Alguien se preguntará cuál es la diferencia; bueno, los pobres de espíritu hacen referencia a uno que es apocado, un pusilánime, aquel que no tiene deseos ni ilusión alguna para superar sus circunstancias y cambiar su vida. En contraste, los pobres en espíritu, son aquellos que no tienen nada con respecto a su propio espíritu. ¿Qué quiere decir esto? Que esta clase de pobres son aquellos que han perdido toda confianza en sus propias fuerzas para lograr cualquier cosa y dependen enteramente de Dios para todo.


Esto está en perfecta concordancia con lo que el Señor Jesús dijo acerca de recibir el reino de los cielos como niños. Escuche:


En verdad os digo: el que no recibe el reino de Dios como un niño, no entrará en él. (Lucas 18.17 LBLA)


Varias veces he hablado de esto, de la dependencia absoluta que tiene un bebé con sus padres para todo; y de como nosotros como creyentes debemos tener esa misma dependencia con Dios. Y en este caso en particular, el Señor está comunicando la misma idea, que solo aquellos que se abandonan a sí mismos de manera completa, podrán ser herederos del reino de los cielos.


Obedecer esto no nos es fácil, porque se nos ha moldeado durante toda nuestra vida en este mundo para, por ejemplo, no depender de nadie, para poder ser independientes, autosuficientes, etc. No obstante, aquel que es pobre en espíritu es aquel que ha dejado su orgullo personal abandonando su fortaleza humana y dándose cuenta de que no tiene ningún tipo de recurso ni esperanza alguna en lo referente a alcanzar el reino de los cielos por sus propias fuerzas.


Pobre en espíritu es aquel que comprende su absoluta miseria y no puede esperar nada de sí mismo. Es aquel que exclama como el apóstol Pablo: ¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? (Romanos 7.24 RVR60). Es aquel que reconoce su incompetencia frente a Dios y cae rendido a los pies del único que le puede proveer de todo lo que pudiera necesitar para peregrinar sobre este mundo.


El pobre en espíritu es el que confiesa su pobreza abyecta delante de Dios y, por lo tanto, descansa en Él y en la gracia divina tan inmerecida. Este pobre se ha dado cuenta que necesita cada vez más de esa gracia y entiende que el Señor está dispuesto a dársela conforme a su promesa, porque bien nos dice su Palabra: Pero Él da mayor gracia. (Santiago 4.6 RVR60)


Hermanos, solo un espíritu humillado es lo único que Dios recibe con buenos ojos de nuestra parte. Por eso es que nos dice en Isaías: Pero a éste miraré: al que es humilde y contrito de espíritu, y que tiembla ante mi palabra (Isaías 66.2 LBLA). Y que es lo mismo que encontramos en Salmos cuando se nos dice: Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios. (Salmos 51.17 RVR60)


Mis hermanos, debemos entender que la salvación que abre el camino de las bendiciones de Dios, del gozo y de la bienaventuranza, únicamente se otorga al que viene a Él en total miseria de espíritu. Porque bien dice su Palabra: cercano está Jehová a los quebrantados de corazón; y salva a los contritos de espíritu (Salmos 34.18 RVR60).


Por lo tanto, la justificación del pecador solo es posible cuando este reconoce su absoluta miseria espiritual y clama a Dios por misericordia. De la misma manera como actuó el publicano que decía en su oración: Dios, sé propicio a mí, pecador (Lucas 18.13). En contraste con la actitud del fariseo arrogante, que consideraba que, al no ser como los demás hombres, ni aún como aquel publicano (Lucas 18.11) era totalmente acepto a los ojos de Dios. Pero para él sus virtudes y perfecciones le hacían acreedor de la gracia divina y le proporcionaban la justificación de sus pecados.


Pero la diferencia entre ambos ilustra la situación de aquel que se cree «rico en espíritu» y de aquel que es verdaderamente pobre en espíritu delante de Dios. De ahí que el publicano descendió justificado, pues era «un mendigo espiritual»; mientras que el arrogante y engreído fariseo no pudo serlo porque confiaba en su propia riqueza espiritual.


Cuando leemos los evangelios podemos ver que los fariseos pretendían entrar al reino de los cielos por su propia justicia. De ahí que más adelante en el sermón del monte, el Señor Jesús haga la advertencia al decir: Porque os digo que si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos (Mateo 5.20 RVR60).


Ahora, volviendo al plano del creyente, es por esta razón que la soberbia y la autosuficiencia no pueden ser parte de la vida de nosotros los creyentes; porque Dios solo acepta nuestra miseria espiritual, pero no nuestro orgullo.


Porque si miramos las escrituras, podremos ver que a los ojos de Dios, la soberbia es un pecado que Él abomina profundamente; pues bien dice su Palabra:


Seis cosas aborrece Jehová, y aun siete abomina su alma: Los ojos altivos, la lengua mentirosa, las manos derramadoras de sangre inocente, el corazón que maquina pensamientos inicuos, los pies presurosos para correr al mal, el testigo falso que habla mentiras, y el que siembra discordia entre hermanos. (Proverbios 6.16–19 RVR60)


Esta palabra altivo, es un verbo que en el original hebreo significa: elevar, levantar o ser exaltado. Si bien tiene varios sentidos, pero el usa aquí es precisamente haciendo referencia a la soberbia, pues describen la altivez y jactancia de la gente, exaltándose unos por sobre otros, tal como en el ejemplo del fariseo y el publicano que mencioné antes. Además, es interesante destacar que la soberbia es la primera de las siete cosas que Dios abomina; por lo tanto, podemos hacernos una clara idea de cuánto le desagrada este pecado a Él.


Pero ¿por qué a Dios le desagrada tanto la soberbia? Se preguntará alguien. Pues porque es una oposición abierta contra él. Es el deseo de los seres humanos de no querer conformarse con los límites que él nos impuso; ni tampoco el someternos a los mandamientos que puso sobre nosotros y que rebeldemente queremos quitar. Es por eso que su Palabra nos dice que: Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes. (Santiago 4.6 RVR60). Dios no puede tolerar a los soberbios y por eso es que los humilla, pues dice:


Porque tú salvarás al pueblo afligido, y humillarás los ojos altivos. (Salmos 18.27 RVR60)


Mis hermanos, la soberbia únicamente nos aleja más y más de Dios; y si esta se mantiene en el tiempo, podemos llegar a una degradación tal como la que tenía Sodoma. Escuche:


He aquí que esta fue la maldad de Sodoma tu hermana: soberbia, saciedad de pan, y abundancia de ociosidad tuvieron ella y sus hijas; y no fortaleció la mano del afligido y del menesteroso. Y se llenaron de soberbia, e hicieron abominación delante de mí, y cuando lo vi las quité. (Ezequiel 16.49–51 RVR60)


Volviendo a la bienaventuranza, aquel que está viviendo en el reino de los cielos acá en la tierra, goza de las bendiciones, la gracia y los favores de Dios; siendo bendecido por Él, pues nada le falta, como decía David en el salmo 23, versículo 1. Porque ese es el objetivo, que vivamos como Moisés, que se sostuvo como viendo al Invisible (Hebreos 11.27). Porque es el galardón prometido por Dios lo que nos ayuda a avanzar y a soportar todo lo que nos pasa en esta vida terrenal.


Ahora, esto también se puede aplicar a las iglesias locales; sí, porque si miramos, por ejemplo, las iglesias de Esmirna y Laodicea, en el libro de Apocalipsis, podremos ver ejemplificada claramente la diferencia entre la pobreza de una y la altivez de espíritu de la otra. Dice así la Palabra de Dios sobre la iglesia de Esmirna:


Yo conozco tus obras, y tu tribulación, y tu pobreza (pero tú eres rico). (Apocalipsis 2.9 RVR60)


Mientras que de la iglesia de Laodicea dice Dios:


Porque tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo. (Apocalipsis 3.17 RVR60)


En la medida que un creyente o una iglesia estén llenos de sí mismos, de esta supuesta «auto riqueza espiritual», solo demostrará cuán vacía está su vida de Cristo y cuán grande es su soberbia.


Mis hermanos, si es que hay soberbia en nosotros, podemos orar pidiendo lo que decía David en el salmo capítulo 19. Escuche:


¿Quién podrá entender sus propios errores? Líbrame de los que me son ocultos. Preserva también a tu siervo de las soberbias; que no se enseñoreen de mí; entonces seré íntegro, y estaré limpio de gran rebelión. (Salmos 19.12–13 RVR60)


Ya para terminar, mis hermanos, les planteo una pregunta: ¿es usted pobre en espíritu? Si su respuesta fue no, mirándose frente al estándar de Dios, pidámosle que nos ayude a ser verdaderos mendigos espirituales para así poder heredar el reino de los cielos.


Que el Señor les bendiga.



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