Enfrentando grandes problemas
- 10 oct 2023
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¿Qué? ¿Recibiremos de Dios el bien, y el mal no lo recibiremos? (Job 2:10)
Cuando Charles P. Luckey, un pastor de 50 años de edad, se enteró de que tenía una enfermedad incurable llamada: Creutzfeldt–Jacob (el mal de las vacas locas), escribió lo siguiente: «¿Qué hace un cristiano… cuando los médicos le han dicho que su enfermedad le está destruyendo el cerebro, y que toda su personalidad puede ser alterada? … Después de 48 horas de examinarme a mí mismo, concluyo que, a la larga, el cristiano siempre tiene que ver la vida como un regalo de Dios, … y puesto que no es suya, no la puede destruir».
Luckey, decidió que el suicido no es una opción debido a su profunda fe en «el Creador que me conoció y me amó antes de que fuese formado en el vientre de mi madre». Eso sin mencionar lo que nos dice su Palabra en 1 Corintios 3:17, «Si alguno destruyere el templo de Dios, Dios le destruirá a él; porque el templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es». Lo que sí le pidió a Dios, fue que se lo llevara rápidamente, y Dios honró su petición, ya que al poco tiempo se fue a estar con su Señor.
Job enfrentó una situación similar. Aunque fue afligido con: la pérdida de todos sus bienes materiales, sus diez hijos y una enfermedad dolorosa de aspecto desagradable, Job confiaba en Dios lo suficiente como para rechazar la sugerencia de su esposa, quien le dijo: «¿Aún retienes tu integridad? Maldice a Dios y muérete» (Job 2:9). La respuesta de Job es la que vemos en el versículo del encabezado.
En una época en que muchas personas influyentes promueven la muerte como salida a los más grandes dilemas, podemos aprender de Job y de Charles Luckey. Ellos sabían que la vida viene del Creador, y no nos corresponde a nosotros ponerle fin, sin importar las circunstancias que estemos atravesando. Pero lo que nos cuesta, incluso más, es el mandamiento de Dios que no guarda relación con nuestra circunstancia actual:
Dad gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús. (1 Tesalonicenses 5:18)
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