No mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas. (2 Corintios 4:18)
Algo que nos enseñaron los experimentos nucleares es que la materia es frágil. Antiguamente los símbolos de solidez eran los muros de piedra que rodeaban a las ciudades, hoy lo son los armazones de acero y los muros de hormigón. No obstante, una explosión atómica puede destruirlos fácilmente.
En todo tiempo ha habido gente que considera que los valores espirituales son vagos y poco seguros (hablando de la fe cristiana), y que lo que se pueden percibir con sus sentidos es sólido y real. Pero lo cierto es que es al contrario. Para todos aquellos que piensan que el mundo material es lo verdaderamente sólido y sobre lo cual pueden tener plena certeza, Dios nos dice que no es así, que lo material no es eterno:
Pero los cielos y la tierra que existen ahora, están reservados por la misma palabra, guardados para el fuego en el día del juicio y de la perdición de los hombres impíos. (2 Pedro 3:7)
Este mundo siempre ha sido cambiante, hoy más que nunca, porque si miramos atrás, hace unos doce o trece años, ¿alguien podría haberse imaginado la realidad que ahora vivimos? Hablo de la hiperconectividad que tenemos: internet, redes sociales, plataformas de streaming (Netflix, Disney +, etc), smartphones, etc. La «nueva normalidad» debido a la pandemia, las nuevas corrientes de pensamiento globales, los gobiernos que caen, fallan y causan estragos, etc. Y qué hablar del sin fin de desastres naturales que azotan a nuestro planeta. Por lo tanto, podemos decir –sin temor a equivocarnos– que hoy no existe nada sólido de lo cual podamos asirnos y saber que no cambiará.
Pero ¿en quién podemos confiar? Ciertamente en Dios, porque Él no cambia (Malaquías 3:6). Y su Palabra nos dice que Él es como una roca sólida: «El es la Roca, cuya obra es perfecta, porque todos sus caminos son rectitud; Dios de verdad, y sin ninguna iniquidad en él; es justo y recto» (Deuteronomio 32:4).
Además, confiar en Dios es una verdadera bendición: «Bendito el varón que confía en Jehová, y cuya confianza es Jehová. Porque será como el árbol plantado junto a las aguas, que junto a la corriente echará sus raíces, y no verá cuando viene el calor, sino que su hoja estará verde; y en el año de sequía no se fatigará, ni dejará de dar fruto» (Jeremías 17:7–8). En conclusión, confiemos en Dios, que es lo más sabio que podemos hacer en nuestras vidas.
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