Mirad a mí, y sed salvos, todos los términos de la tierra, porque yo soy Dios, y no hay más. (Isaías 45.22 RVR60)
Nos cuenta la historia que el tenista Rene Lacoste, quien era el mejor jugador en los años 20, ganó siete títulos importantes durante su carrera, incluyendo múltiples victorias en Wimbledon, el Abierto de USA y el Abierto de Francia. A este tenista sus amigos le llamaban «el cocodrilo», apodo que recibió debido a su tenacidad en la cancha.
Lacoste, aceptó el apodo dado por sus amigos y mandó a bordar un pequeño cocodrilo en su camiseta con la que jugaba tenis. Tiempo después comercializó una línea de camisetas con dicho logo; marca que por cierto es muy popular hasta nuestros días. Y aunque miles de personas en todo el mundo llevaban puestas las camisetas con el cocodrilo, solo sus amigos conocían el verdadero origen y significado de dicho logo. Del mismo modo nos pasa a nosotros los creyentes cuando miramos una cruz, entendemos su origen y verdadero significado. Esto es porque nosotros somos amigos del Señor Jesús:
Ya no los llamaré siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; yo los he llamado amigos, porque todas las cosas que oí de mi Padre, se las he dado a conocer a ustedes. (Juan 15.15 RVC)
Cada vez que meditamos en la cruz de Cristo, recordamos a nuestro Salvador, su inquebrantable tenacidad para ir a aquel lugar de tormento y muerte, y como al tercer se levantó de ella. Vemos su incalculable sacrificio en obediencia a su Padre al poner su vida por nosotros. La verdad es que es un privilegio totalmente inmerecido haber sido salvados y además ser identificados como sus amigos, tal como dice el versículo de más arriba. Y al igual que los amigos de Lacoste que miraban una camiseta con aquel cocodrilo y sabían el significado de él, nosotros los redimidos miramos una cruz y conocemos su verdadero significado, pero no solo eso, sino que nos podemos gozar profundamente de ello, porque su amor nos dio entrada en las moradas eternas con Dios.
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