Yo soy el Señor Dios tuyo, que te enseña provechosamente, que te encamina por el camino que debes seguir. (Isaías 48:17)
La entrada de los barcos a los grandes puertos marítimos está reglamentada, no cualquiera puede dirigir un barco, sino que esta labor es confiada obligatoriamente a un piloto local. Este sube al barco que está a punto de abordar y remplaza al hombre que está al timón hasta llegar al muelle. Dicho piloto conoce todas las particularidades del puerto en cuestión. El capitán del barco tiene, pues, también el más grande interés en dejar el timón al piloto. Así se ahorra angustias, retrasos e incluso riesgos de encallarse o naufragar.
Esta imagen es fácil de transportar a nuestra vida cristiana. Equivale a abandonar nuestra voluntad personal para entregar al Señor Jesús la dirección de nuestra vida. Él desea que le confiemos la dirección de nuestra vida, pues desea ocuparse enteramente de nosotros para llevarnos sanos y salvos al puerto, tal como dice en los salmos: «Y así los guía al puerto que deseaban» (Salmos 107:30). Esto implica que le entreguemos el timón, es decir, dejar que su voluntad remplace a la nuestra, tarea no fácil. Es difícil entender y obedecer que nuestra responsabilidad es dejarlo obrar para su gloria y para nuestro bien. Si somos dóciles, nuestras vidas serán útiles en su mano.
Hay otro punto muy importante. El capitán que deja su nave en las manos del piloto del puerto debe confiar absolutamente en él. Del mismo modo, nosotros también debemos confiar en Dios, sabiendo que Él «nos favorece» (Salmos 57:2). De ahí que su Palabra nos dice: «Encomienda al Señor tu camino, y confía en él; y él hará» (Salmos 37:5). ¿Por qué debemos confiar en Dios para que dirija nuestras vidas? Porque «todos los caminos del hombre son limpios en su propia opinión; pero el Señor pesa los espíritus. Encomienda al Señor tus obras, y tus pensamientos serán afirmados» (Proverbios 16:2-3).
Entonces, ¿le entregaremos el timón de nuestras vidas a Dios?
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