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El tamaño de nuestra fe



A eso de las tres de la madrugada, Jesús se acercó a ellos caminando sobre el agua. Cuando los discípulos lo vieron caminar sobre el agua, quedaron aterrados. Llenos de miedo, clamaron: «¡Es un fantasma!». Pero Jesús les habló de inmediato: No tengan miedo —dijo—. ¡Tengan ánimo! ¡Yo estoy aquí! Entonces Pedro lo llamó: Señor, si realmente eres tú, ordéname que vaya hacia ti caminando sobre el agua. —Sí, ven— dijo Jesús. Entonces Pedro se bajó por el costado de la barca y caminó sobre el agua hacia Jesús, pero cuando vio el fuerte viento y las olas, se aterrorizó y comenzó a hundirse. —¡Sálvame, Señor!— gritó. De inmediato, Jesús extendió la mano y lo agarró. Tienes tan poca fe —le dijo Jesús—. ¿Por qué dudaste de mí? (Mateo 14.25–31 NTV)

Hoy día meditaba si hubiese estado en los zapatos de Pedro esa noche en la barca, ¿me habría bajado de la barca? ¿Siquiera se me habría cruzado por la cabeza decir tal cosa?


A lo largo de mi vida, he escuchado un sin fin de veces a hermanos hablar sobre la impulsividad de Pedro, pero, en serio, ¿alguno de nosotros habría hecho algo como lo que él hizo? Yo en lo personal, no lo habría hecho. Soy sincero al decirlo, pero al mismo tiempo siento vergüenza delante de Dios por no creer en todo su poder.


Luego de pensar en Pedro, vino a mi mente David, quien apenas era un adolescente (se presume que tenía entre 13 a 15 años máximo) enfrentándose a Goliat, un gigante que medía casi 3 metros (2.92m o 9.75 pies). Y lo vemos con una tremenda fe en Dios, pues le dijo:


Entonces dijo David al filisteo: Tú vienes a mí con espada, lanza y jabalina, pero yo vengo a ti en el nombre del Señor de los ejércitos, el Dios de los escuadrones de Israel, a quien tú has desafiado. El Señor te entregará hoy en mis manos, y yo te derribaré y te cortaré la cabeza. Y daré hoy los cadáveres del ejército de los filisteos a las aves del cielo y a las fieras de la tierra, para que toda la tierra sepa que hay Dios en Israel, y para que sepa toda esta asamblea que el Señor no libra ni con espada ni con lanza; porque la batalla es del Señor y Él os entregará en nuestras manos. (1 Samuel 17.45–47 LBLA)

¿Podría usted tener semejante confianza estando a pocos metros de un gigante de casi tres metros, cubierto de una armadura y además diestro en la guerra? Mi respuesta vuelve a ser no ¿y la suya, cuál es?


Estos dos ejemplos nos dejan ver cuán escasa es nuestra fe. Mis hermanos, recordemos que Dios nos dice en su en su Palabra:


Y sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que Él existe, y que es remunerador de los que le buscan. (Hebreos 11.6 LBLA)

Y aunque quizás jamás nos toque algo como lo que hizo Pedro o lo que vivió David, sí necesitamos de la fe para poder agradar a nuestro Dios. Y si estamos faltos de ella, sigamos el ejemplo de los apóstoles y pidámosle al Señor que nos aumente la fe (Lucas 17.5).



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