Alzaré mis ojos a los montes; ¿de dónde vendrá mi socorro? Mi socorro viene de Jehová, que hizo los cielos y la tierra. (Salmos 121:1–2)
Un criador de renos salió en su moto de nieve con su hijo de seis años para reparar los «kators» (viviendas de verano de los lapones, pueblo del extremo norte de Europa). Pero debido a una avería en el motor, tuvieron que refugiarse en una cabaña. Pasaron algunos días sin poder salir, debido a una tormenta de nieve. Estuvieron en la cabaña hasta que se les terminaron sus provisiones, así que trataron de ir a pie a otro refugio, pero no pudieron, ya que se hundieron en un montón de nieve acumulada por el viento.
Poco antes del anochecer vieron volar por encima de ellos un helicóptero que trataba de encontrarlos. Los rescatistas observaban la gran extensión de hielo por si veían alguna señal de vida. Pero desde el aire era imposible distinguir al padre y al niño entumecidos por el frío y casi sepultados por la nieve. De repente el niño, al oír el ruido del motor, se levantó súbitamente y empezó a hacer señas y a gritar: «¡Papá, estamos salvados!». Inmediatamente padre e hijo comenzaron a hacer señas y fueron localizados. Ciertamente escaparon de una muerte segura.
Mientras estemos lejos de Dios, somos como ese padre y su hijo, entumecidos por el frío, agotados por el cansancio y sepultados bajo un montón de pecados que solo nos alejan de Dios (Isaías 59:2). Esto es algo que no nos gusta escuchar, pero la Palabra de Dios es clara al decirnos que mientras estemos sin Dios, «estamos muertos en nuestros delitos y pecados» (Efesios 2:1); y más encima «el mundo entero está bajo el maligno» (1 Juan 5:19). Pero el Señor Jesús vino desde lo alto de los cielos vio nuestra miseria. Dice su Palabra:
Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido. (Lucas 19:10)
Él tomó nuestro lugar en la cruz, recibiendo el castigo que nosotros merecíamos, y nos libró de todo lo que nos tenía cautivos y lejos de Dios. Él da la vida a todos los que creen en su nombre, pues dijo: «Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia» (Juan 10:10). Dios no nos abandona a nuestra suerte, sino que nos busca, tal como los rescatistas buscan a aquel padre e hijo perdidos en la nieve. Si dirigimos nuestra mirada hacia Él, puede darnos esta seguridad de poder decir: ¡Soy salvo!
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